Posterior al intento de golpe de estado en 1992, se ordenó colocar en todas las instalaciones militares una reflexión de Simón Bolívar: “Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria. No es el árbitro de las leyes ni del Gobierno; es el defensor de su libertad”. Este principio, que alguna vez guiaba el espíritu de los soldados venezolanos, hoy parece haber sido enterrado bajo el peso de una transformación profunda, pero no por el avance en capacidad profesional, sino por una politización desenfrenada que ha convertido a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb) en un brazo operativo de la dictadura.
Por lapatilla.com
En lugar de promover el esfuerzo y la dedicación, el régimen de Nicolás Maduro ha instaurado un sistema en el que el ascenso no se basa en mérito ni disciplina, sino en una sumisión ciega a sus intereses políticos. Los oficiales más leales no son aquellos que se destacan por su honor, coraje o servicio a la patria, sino aquellos que, sin cuestionamientos, cumplen las órdenes del régimen, incluso cuando estas violan flagrantemente los derechos humanos. Esta desprofesionalización ha desvirtuado a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb), transformándola en una institución donde la verdad se distorsiona, el abuso se convierte en norma y la represión es el método de control.
La lealtad genuina hacia la patria ha sido reemplazada por un servilismo forzado hacia un gobierno que desprecia el sacrificio por el bien común.
Recientemente, hemos sido testigos de nombramientos en el sistema defensivo territorial que resaltan aún más esta distorsión. Se han relevado de manera sorprendente a comandantes competentes por otros cuyo único mérito ha sido el culto a la personalidad, el servilismo y la adulación sin límites hacia la dictadura. Este tipo de decisiones no solo refuerzan un ambiente de desconfianza y desmoralización, sino que también han intensificado las tensiones internas dentro de la Fanb.
La cantidad de militares detenidos por expresar sus pensamientos o interrogados por la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim) es un reflejo claro de la falta de liderazgo y cohesión.
Este creciente malestar y división entre los efectivos, preocupa a los cómplices del fraude electoral muy especialmente al Comandante de la Guardia Nacional, quien tiene una olla de presión en su componente, pero también en la policía, pues muchos comienzan a cuestionar la legitimidad de sus actos. ¿Cuántos de ellos saben que su verdadero deber es proteger al pueblo y no ser cómplices de un régimen que se aferra al poder a costa de la reiterada violación de derechos humanos?.
Este ambiente de incertidumbre y tensiones internas se ha convertido en un campo de batalla silencioso dentro de las propias filas. La historia ha demostrado que ninguna dictadura puede sostenerse indefinidamente cuando sus fuerzas armadas comienzan a cuestionar su legitimidad.
Los militares ahora enfrentan una decisión ineludible: someterse a un sistema que destruye su identidad militar, o resistir y recuperar el verdadero espíritu de la Fuerza Armada. ¿Cuántos están dispuestos a ser responsables del hundimiento de la República, y cuántos se atreverán a alzar la voz por la verdadera soberanía y justicia?