El Club de Roma, ese think tank de científicos, economistas y políticos de unos 50 países, que periódicamente se reúne para echar una mirada a cómo van las cosas en nuestro planeta azul, acaba de celebrar una tabla redonda sobre un tema cardinal: El Futuro Humano.
Las conclusiones del evento se resumen en que la humanidad enfrenta su mayor emergencia histórica, una suma de riesgos catastróficos interconectados que amenazan a la civilización entera y hasta ponen en peligro la sobrevivencia de nuestra especie. De esto no excluyen a nación alguna, y como el riesgo es global, advierten que también la solución tendrá que ser global.
La red de desafíos incluye: cambio climático, pérdida de biodiversidad, inseguridad alimentaria, envenenamiento global, agotamiento de recursos, declinación de la democracia frente al autoritarismo y dictaduras, proliferación nuclear, aumento de guerras regionales, uso descontrolado de inteligencia artificial, creciente desigualdad social y económica, inestabilidad geopolítica, envilecimiento de la información…
Plantean la urgencia de un plan mundial de acción, que no existe, como tampoco priva la cooperación internacional ante estos grandes problemas comunes a la humanidad. Estamos lejos de la gobernabilidad global requerida para enfrentarlos de manera eficiente. Existe un bajo nivel de conciencia entre gobiernos y ciudadanos. Proponen crear un Consejo global en ONU con capacidad para aprobar legislación de protección al ambiente planetario.
Podemos discutir cuán apocalíptico o no sea el cuadro presentado por este foro. Pero admitamos que todos y cada uno de los riesgos planteados son reales. Y es también cierto que no son temas clave en la agenda de los actuales líderes del mundo, cuyas prioridades están determinadas por la geopolítica que, diríamos con Yuval Harari, no es el mejor rasgo que caracteriza al Homo Sapiens.
Además, también es real que la escalación de cada uno de esos riesgos es una sombra que se alarga a medida que nos adentramos en este inefable siglo XXI.