“Una lección para magistrados y rectores en su labor de aplicar justicia con honor en su labor docente y rectora para lograr democracia con libertad e independencia.”
Hace 24 años, luego de la promulgación de la vigente constitución, “la bonita”, dijimos que la ética había tomado una gran relevancia en los cambios involucrados en aquel pasado y en aquel presente, en nuestro indescifrable proceso político. Referimos, que la ética sirvió para calificar la conducta gubernamental a partir del 58´, para la eliminación de los anteriores poderes públicos, para la reforma del Poder Judicial y, hasta para calificar las conductas inteligentes. Considerábamos que indiscutiblemente, ha sido su relación con la moral, lo que ha permitido enjuiciar conceptos, conductas y hechos, tendentes a un deseado fin de cambio. También dijimos, lo que ratificamos hoy, que lamentablemente, la moral y la ética tienen normalmente un aliado que les permite subjetivarlos, a pesar de sus consecuencias antiéticas e inmorales; ese aliado es el poder, cuya mayor acción se produce en el convencimiento sin esfuerzo, capaz de transformar las conductas de seres humanos incapaces de discernir por sí mismos, o que son seguidores alucinados de un líder o adalid; lo que puede degenerar en su abuso, y a la larga en una acción tiránica. No podemos olvidar la expresión de Shakespeare: “Excelente cosa es tener la fuerza de un gigante; pero abusar de ella como un gigante es propio de un tirano”.
Nuestra filosofía hoy nos sigue guiando por el pensar, de que esa moral y esa ética, aplicadas en la política de un Estado, pueden, por peligrosas, acabar con éste o con quien lo detenta. Vale la expresión de Tolstoi: “En este mundo, el poder es un capital que hay que manejar con cuidado”. Más cuidado aún hay que aplicar, cuando el poder es utilizado para conducir y manejar las masas, a sabiendas de que la masa no lo es todo para el poder, que a nivel del Estado es el fundamento de la teoría política; y ésta es una manifestación social o una idea esencial en toda sociedad, que encierra aspectos diversos e importantes. Ella sirve para ordenar poderes entre individuos competidores y grupos sociales, y para regular prioridades entre propósitos y objetivos rivales, sean estos utilitarios o de valores, lo que puede transformarse en una acción colectiva de beligerancia. Por esta razón, la ética y la moral no pueden ser utilizadas apoyándose en el poder, porque de hecho dejan de ser ética y moral para transformarse en actos viles de corrupción que van en contra de la paz.
La ética hegeliana aceptó el imperativo categórico de Kant, quien lo enmarcó en una teoría universal evolutiva, donde toda la historia está contemplada como una serie de etapas encaminadas a la manifestación de una realidad fundamental, que es tanto espiritual como racional. Y la moral, según Hegel, no es el resultado de un contrato social, sino un crecimiento natural que surge en la familia y culmina, en un plano histórico y político en el Estado. En este sentido decía, que “La historia del mundo es disciplinar la voluntad natural incontrolada, llevarla a la obediencia de un principio universal y facilitar una libertad subjetiva”.
Por su parte, Charles Darwin elaboró un modelo, algunas veces denominado ética evolutiva, término aportado por el filósofo Spencer, según el cual la moral es sólo el resultado de algunos hábitos adquiridos por la humanidad a lo largo de la evolución. Sobre ella, Nietzsche dio una explicación asombrosa pero lógica, según la cual la selección natural es una ley básica de la naturaleza, de allí que la llamada conducta moral es necesaria para el débil, que tiende a permitir que este impida la autorrealización del fuerte. Pareciera entonces, que lo que conocemos como moral, muchas veces reforzada con el calificativo de la ética, no es tan moral ni tan ético como su contenido; mucho menos, cuando la utilizamos como mampara para abusar del poder.
Según Nietzsche, toda acción tendría que estar orientada al desarrollo del individuo superior, que llamó Übermensch o superhombre, capaz de realizar y cumplir las más nobles posibilidades de la existencia. En este sentido ejemplarizó en los filósofos griegos clásicos anteriores a Platón y en jefes militares como Julio César y Napoleón. Con Nietzsche, pudiéramos pensar entonces en la idealización de la mente del poderoso, bien en conocimiento y persuasión filosófica o en el poder que ejercen la fuerza y el engaño.
Pero en oposición a esta concepción de lucha, el anarquista y filósofo ruso Piotr Alexéievich, príncipe Kropotkin, en sus estudios de la conducta animal en la naturaleza, demostró que existía la ayuda mutua, si así pudiéramos llamar el apoyo que dan sus seguidores al poderoso, con la cual alcanza la primacía entre los animales a lo largo de la evolución de las especies mediante su capacidad para la asociación y la cooperación. Consideró en tal sentido, que los gobiernos se basan en la fuerza y que, si es eliminado el instinto de cooperación de la gente, llevaría de forma espontánea hacia la implantación natural de un orden cooperativo, así defendió el anarquismo. Es evidente entonces, que el poder desmesurado antiético e inmoral, apoyado inconscientemente por las masas irracionales y fanáticas, conduce a la anarquía.
Más grave aún es, cuando el individuo aplica su ética y su moral ufanado del poder, toda vez que se cumplen los parámetros del psicoanálisis de Sigmund Freud y sus seguidores y las doctrinas conductistas basadas en los descubrimientos sobre estímulo-respuesta de Pávlov. A lo que Freud atribuyó el problema del bien y del mal en un individuo, que lucha entre el impulso del yo instintivo para satisfacer todos sus deseos y la necesidad del yo social de controlar o reprimir la mayoría de esos impulsos, con el fin de actuar dentro de la sociedad. Situación que es imposible lograr cuando la mente del individuo está dominada por el poder supremo. De hecho, su conducta social es solo una aparente manifestación ególatra, disfrazada con una máscara de ética y moral.
Nadie puede hablar de ética y de moral, mientras no esté desprendido del poder incontrolado, ya que su palabra en la mente del interlocutor incauto, solo producirá una deformación sicológica y traumática, que lo conducirá a la duda y a la desconfianza, ya que el poder en abuso y adversado son patrones contrarios por antonomasia.
Sobre el tema, pueden seguirse las nuevas tendencias marcadas por el filósofo británico Bertrand Russell, quien, en las últimas décadas del pasado siglo, marcó un cambio de rumbo en el pensamiento ético. Siendo crítico con la moral convencional, reivindicó la idea de que los juicios morales expresan deseos individuales o hábitos aceptados. En su pensamiento, tanto el santo ascético como el sabio independiente, son pobres modelos humanos porque ambos son individuos incompletos. Los seres humanos completos participan en plenitud de la vida de la sociedad, y expresan todo lo que concierne a su naturaleza. En este sentido, algunos impulsos tienen que ser reprimidos en interés de la sociedad y otros en interés del desarrollo del individuo, pero el crecimiento natural ininterrumpido y la autorrealización de una persona, son los factores que convierten una existencia en buena y una sociedad en una convivencia armoniosa.
La discusión contemporánea sobre la ética ha continuado con los escritos de George Edward Moore, en particular por los efectos de su Principia ethica. Moore mantiene que los principios éticos son definibles en los términos de la palabra bueno, considerando que “la bondad” es indefinible. Esto es así, porque la bondad es una cualidad simple, no analizable. Basta, sin embargo, que logremos entender el concepto de bueno y de malo, con el fin de percatarnos nosotros mismos sobre lo ético y lo moral de nuestras propias conductas. Solo así, estaremos sin impedimento para influir en los demás, sin chocar con las virtudes cardinales.
Debemos también entender que, la inmoralidad y lo antiético no son “lavables”. Las conductas pasadas no dejan de serlo en lo bueno o en lo malo porque asumamos posiciones de ejemplo. Solo queda como consuelo el arrepentimiento y la sinceridad para reconocer nuestros errores. En todo caso, éstas nos descalifican para ejemplarizar como modelos de ética y para el ejercicio de cargos con poder. ¡Es el fundamento del deseado cambio en Venezuela!
@Enriqueprietos