La antropología y el existencialismo se plantean de alguna manera; lo contrario, existo, luego pienso. Para complicar más las cosas, también se ha dicho, que realmente pensamos como seres de lenguaje, narrativas, ideologías políticas y religiosas, en fin, seres sociales y culturales más que como seres pensantes individuales. Repetimos lo heredado y aprendido en nuestra sociedad y en nuestro tiempo. De allí la idea griega de “nada nuevo bajo el sol”, o como lo expresó Tucídides “la historia no se repite, pero el hombre siempre se repite a sí mismo”.
Para Karl Popper, la única novedad es la novedad científica y tecnológica y lo imprevisto o impredecible, que Nassim Talbot en su libro del 2007 llamó “el cisne negro”. En un mundo cada vez más complejo y en donde todo se acelera y los cambios se multiplican y nos agobia la sobre-información, real y manipulada. El pasado pierde interés para la mayoría, amnesia y memoria corta predomina y apenas queda la historia oficial, mitologías institucionalizadas. El presente se disuelve en la fugacidad del instante y la exigente rutina de las inercias para sobrevivir en una sociedad destruida y en huida o desaliento generalizado. El futuro, totalmente incierto. Todo ello me remite a la frase de si quieres ver sonreír a Dios cuéntale tus planes, o como dijo Einstein, hasta el azar es un disfraz de Dios. Particularmente cierto en sociedades desarregladas, sin estado de derecho y en crisis estructurales complejas. En estas situaciones es cuando cobra pleno sentido lo del cisne negro, lo imponderable, lo no previsto, hechos y cosas, que simplemente ocurren y lo cambian todo. Entonces cobra sentido, la frase inicial, somos y terminamos siendo lo que pensamos, el pesimismo y el optimismo van a jugar un rol muy importante en ayudar a determinar, conductas y acciones, en lo personal, sin dejar de ser realista no abandono la esperanza histórica kantiana, de la idea de progreso “a mejor” lógicamente en un tiempo indeterminado, lo que obliga poner a prueba voluntad y perseverancia o lo que Paul Tillich llamó “el coraje de existir”.
Creer en un futuro mejor, en una época nihilista, es un acto de fe, pero que la razón apuntala históricamente como un optimismo racional.