Lo acaba de afirmar el Papa Francisco a su regreso del histórico viaje por Asia y Oceanía. Y comparto su afirmación como norma general.
Hay dictaduras que empiezan con un disfraz de democracia, luego se presentan como dictablandas, y después se quitan todas las caretas y operan como dictaduras. Sean convencionales o con “avances” despóticos.
Hay dictaduras que se afincan en ideologías y se suelen justificar en supuestos principios doctrinales, sean de extrema izquierda o extrema derecha. La violencia destructiva, medio por excelencia de la dictadura, queda justificada por un pretendido ideal. Pura basura…
Hay dictaduras que en verdad sólo están interesadas en depredar los recursos nacionales, y en tratar de garantizar el continuismo para seguir depredando. Los mandoneros del poder acumulan riquezas siderales, y están dispuestos a lo que sea para que ello se mantenga.
Delincuencia organizada, fraudes colosales, autogolpes, represión de toda índole, acusar a los demás de sus propias ejecutorias; nada escapa al repertorio vil de estas dictaduras.
Tiene mucha razón el Papa Francisco cuando afirma que las dictaduras terminan mal. Pasa también que el país sojuzgado termina mal. Por eso es un deber patriótico y constitucional, luchar para que terminen las dictaduras, para que impere la justicia sobre sus personeros, y para que los países puedan renacer con fuerza y esperanza.