Este hecho, independientemente de su contexto, representa un hito en el desarrollo de una nueva etapa en lo que se ha denominado cyberwarfare, o guerra cibernética. Una innovación que hace de la servicial internet un poderoso recurso bélico.
Escaldados por las sangrientas conflagraciones de la centuria anterior, anhelábamos un SXXI de paz, iluminado por prodigiosos progresos científicos y tecnológicos. Estos últimos efectivamente están ocurriendo, pero, desde el mismo inicio del siglo, han estado sombreados por eventos trágicos en todas las latitudes del planeta. El ataque a las torres gemelas de Nueva York, la invasión injustificada a Irak, otra a Afganistán, una pavorosa destrucción humana en Sudán, la criminal invasión rusa a Ucrania, la actual guerra de mutuo exterminio en el Oriente Medio, son algunos ejemplos. En el horizonte, el tranquilo Mar de China luce ominoso como posible teatro de otro grave conflicto.
Hoy, la pugnacidad la nutren los liderazgos concentrados en apetencias geopolíticas más que en el propio bienestar de sus gobernados, la guerra como el medio para un gobernante encubrir sus abusos, la reemergencia de nacionalismos arcaicos, el poder nuclear que amenaza, sin el arbitraje que lo contuvo durante la guerra fría del SXX. Circunstancias todas capitalizadas por una próspera industria mundial de armamentos.
Protagonista de todo esto, el homo sapiens que, con la inteligencia artificial, pronto podrá jugar a Dios creando nuevas formas de vida, que puede escudriñar lo que acontece en el cosmos a 10 billones de kilómetros de distancia, que ya sueña con la inmortalidad, pero que sigue siendo cautivo del mismo tribalismo primitivo de hace 50 mil años.