Luego de haber arruinado al país, saqueado sus riquezas y con más del 70 por ciento de los venezolanos en contra suya, la cúpula madurista, enferma de poder, pretende sin embargo prolongar su estadía en el poder.
La lógica indica que correspondería ser lo contrario, es decir, que deberían haberse ido hace tiempo o estar haciéndolo ahora. Ya deberían haber imitado al dictador Marcos Pérez Jiménez la madrugada del 23 de enero de 1958, cuando entendió que el país no lo soportaba más y que los venezolanos anhelaban un cambio hacia la democracia y las libertades ciudadanas.
Pero esta gente insiste en aferrarse al poder, aunque saben que la inmensa mayoría los detesta y quiere sacudírselos de una vez por todas. Sin embargo, en lugar de facilitar una salida pacífica y democrática a la descomunal crisis que en todos los sentidos han originado en este cuarto de siglo, hacen todo lo contrario, violando la Constitución y las leyes, pretendiendo burlar también el multitudinario deseo de cambio que en este país se expresó contundentemente el pasado 28 de julio con la elección de Edmundo González Urrutia, desconocida por el régimen y sus instrumentos de poder mediante un golpe de Estado “institucional” para imponer al derrotado candidato continuista.
Mientras tanto, cual garrapatas pegadas de la ubre gubernamental, quieren continuar esquilmando a los venezolanos, como si no estuvieran suficientemente ahítos de riquezas malhabidas. Ya se sabe, sin embargo, que “Dios ciega a quienes quiere perder”: están tan enfermos con el poder y envilecidos con sus inmensas fortunas, que pretenden alargar –como sea– su ya larga estadía en él, a pesar de que cada día crece la indignación popular en su contra.
Sin embargo, enfermos de codicia también, quieren terminar de raspar la olla. Lo harán mientras puedan, porque ellos saben que su tiempo se acaba. Entre tanto, pretenden continuar mancillando a los venezolanos, sometiéndolos a las peores condiciones de vida que han sufrido en mucho tiempo y persiguiendo y apresando a sus adversarios en medio de un terrorismo criminal contra ellos.
Sin embargo, en todo este tiempo, la cúpula podrida chavomadurista ya ha sacado del país –con suficiente antelación– a sus familias, con preferencia hacia el “odiado” imperio yanqui o a Europa. Milmillonarios, residen en costosas mansiones o apartamentos, mientras sus hijos estudian en universidades caras y su tren de vida es opulento y desvergonzado, como si fueran descendientes de una monarquía ladrona y rica en el exilio. Entre tanto, los chavistas pobres de vaina reciben la miserable y gorgójica bolsa de los Clap.
No deja de ser una monumental hipocresía y un cinismo descarado que la cúpula aún en el poder no haya enviado sus familiares a Cuba o Corea del Norte, siendo como dicen ser socialistas y anticapitalistas. Si acaso, y parece que no son muchos, tal vez algunos estén en China o Rusia, hoy neocapitalistas. Pero, la verdad, los revolucionarios del régimen prefieren Estados Unidos y su detestado “capitalismo neoliberal y explotador”.
Todo esto demuestra que, al final, en Venezuela el llamado socialismo del siglo XXI es otra gigantesca estafa histórica, como lo ha sido en Cuba o lo fue en la desaparecida Unión Soviética o en la anterior China maoísta, reconvertida hoy al capitalismo salvaje, aunque con una dictadura comunista hasta nuevo aviso.
Pero, como bien se sabe, en cada una de esas dictaduras la cúpula siempre vivió de manera opulenta, enriquecida por el saqueo criminal de los recursos de cada país, mientras a los pobres les echaban las migajas de su festín baltasariano. Dicho en otras palabras: ellos milmillonarios, mientras el pueblo llano sufría hambre y pobreza, tal cual sucede en la Venezuela actual.
Nunca los venezolanos le perdonarán al chavomadurismo haber arruinado uno de los países más ricos del mundo. Nunca le perdonarán que los empobrecieran como lo han hecho desde 1999. Nunca le perdonarán que hayan destruido miles de industrias y empresas agropecuarias, liquidando así el aparato productivo nacional. Nunca le perdonarán que los hayan sometido al hambre, la escasez de comida y medicinas, la inseguridad, el desempleo y el empeoramiento de su calidad de vida, mientras la cúpula en el poder se ha enriquecido groseramente.
A esa cúpula, por supuesto, le importa un comino la desgracia que ahora sufren los venezolanos como consecuencia de 25 años de destrucción sistemática del país ejecutada desde el poder. A ellos sólo les importan ellos mismos.
Todo esto demuestra que la enfermedad del poder los contaminó hace tiempo y que, como a muchos otros según lo ha demostrado la experiencia, también los terminará llevando al basurero de la historia.