Hasta el Renacimiento en el siglo XV, Europa descansaba dormida bajo el manto de la iglesia y le era extraño todo deseo de verdad por medio del saber y las ciencias. Por vez primera, la inquietud comenzó a sacudir el alma de Occidente y a mover progresivamente la reflexión y las ideas de científicos, artistas, intelectuales, sacerdotes y exploradores.
Empezaron a levantar las cabezas que se encontraban postradas y comenzaron junto a los audaces navegantes de desconocidos mares –Colón, Magallanes y Pizarro–, a preguntarse también sobre verdades eternas, una nueva estirpe de conquistadores espirituales que se lanzan temerariamente al infinito. La potencia religiosa encerrada en un viejo dogma, salta como un elixir desparramado de una antigua botella que embriaga a los concilios de sacerdotes y llega hasta lo más profundo del pueblo. También en esta esfera se busca una renovación.
Erasmo de Rotterdam, entre todos los pensadores y escritores del Renacimiento, fue uno de los primeros europeos que encarnó la reflexión crítica de la intocable Iglesia Católica. Más aún, Erasmo debe ser considerado, por su impecable postura frente a los extremos, como el principal teorizador literario del pacifismo. Él, que rechazaba todo exceso, amó las mismas cosas bellas que hoy nos son comunes y queridas a los seres promotores del humanismo contemporáneo:
Amó la poesía, la filosofía, las obras de arte y los libros, de los que hizo un lema personal: cuando tengo un poco de dinero me compro un libro. Si sobra, me compro ropa y comida. Sin hacer diferencias entre tal policromía de sentidas creaciones de la humanidad, todas las abrazó con ardorosa pasión, con el único propósito de lograr una alta civilización. Una sola cosa odió Erasmo con sentida vehemencia, como opuesta a la razón: El fanatismo.
Con Erasmo los radicales del protestantismo mantendrán, a lo largo de la gestación de la Reforma, diferencias de estilo irreconciliables en la proclama, pero fue Erasmo el inspirador de la reforma de Lutero, con sus críticas reflexivas, como bien lo expresaran los jerarcas de la iglesia: Erasmo puso los huevos que empolló Lutero y ese hecho tendrá consecuencias de las que Lutero, en su espíritu de indomable y diestro guerrero, tratará de sacar provecho.
Un selfi con Stefan Zweig
Stefan Zweig, en su biografía sobre Erasmo, hace un dibujo impecable, a los que ya nos tiene acostumbrados, que lo retrata en cuerpo y alma para la posteridad y nos permite acercarnos al personaje para ayudarnos a comprender sus posturas ambiguas frente a los radicalismos de Martín Lutero y Calvino, los dos líderes más apasionados de la Reforma.
En un sentido estricto, no se puede calificar a Erasmo de ser un pensador de espíritu profundo; no pertenecía a los que piensan las cosas hasta el fin, a los grandes reformadores que dotan al espacio del mundo de un nuevo sistema espiritual. Pues comprender y comprender cada vez mejor, era en realidad el verdadero placer de este noble genio.
Las verdades de Erasmo no son más que claridad. Poseía un espíritu extraordinariamente amplio; no era un pensador profundo, pensaba en cambio, recta, clara, libremente en el sentido de Voltaire. Todo lo embrollado le repugnaba, todo confuso misticismo y toda exageración metafísica le repelían orgánicamente.
Para Zweig, al igual que Goethe, nada odiaba tanto Erasmo como lo nebuloso. Jamás se inclinó sobre el abismo de Pascal. No conocía la conmoción anímica de un Lutero, un Loyola o un Dostoievski, estas especies de crisis que están misteriosamente emparentadas con la locura y la muerte.
Nace Erasmo de Rotterdam
Por más oscuros que sean los orígenes del ser humano, los matices más intensos de luz y sombra los pone desde bien temprano la luciérnaga que trae en el alma cada ser; si es apasionada y tenaz, antes de que comience a apagarse el sol saldrá a desplegarse con ganas de iluminar desde el crepúsculo para que la hembra se fije en él. Nunca le gustaba hablar de sus antepasados, por más de una razón.
Nació Erasmo de Rotterdam, filósofo humanista, filólogo y teólogo cristiano, un 28 de octubre de 1466. No es suficiente para estigmatizarlo no haber sido deseado. Fue Erasmo hijo bastardo de un sacerdote de Gouda de nombre Gerardo y su servidora Margaretha Rogerius (Rutgers), y a pesar de las condiciones adversas en las que vino al mundo, su talento, ingenio y audacia las volvieron a su favor.
Desde los nueve años comenzó a trabajar, con inteligencia de adelantado, su libertad, su independencia y su autonomía. A esa edad fue enviado a la escuela Deventer de los Hermanos de la Vida Común, comunidad religiosa que rechazaba pedir limosna como los mendicantes y buscaba su modo de vida en la transcripción de copias y edición de manuscritos.
Allí hizo contacto con el movimiento espiritual de la Devotio Moderna, corriente católica humanista cristiana, de actitud mucho más individual hacia las creencias y la religión, nacida a finales del siglo XIV en Renania y los Países Bajos. En Deventer aprendió latín y algo de griego mediante los revolucionarios métodos de su maestro y humanista Alexander Hegius von Heek.
En 1487 entra en el monasterio de Emmaus de Steyn (cerca de Gouda) de los Canónigos regulares de San Agustín, no tanto por una genuina vocación religiosa como por el hecho de que ahí se encontraba la mejor biblioteca del país. En 1488 inicia la profesión religiosa y en 1492 es ordenado sacerdote por el obispo de Utrech.
Según Stefan Zweig, no existe prueba alguna de que en los años conventuales haya luchado con deseo ardiente por la palma de la piedad; sábese, dice el austriaco, más bien por su correspondencia, que se ocupaba principalmente de las Bellas Artes, que la literatura latina y la pintura eran su capital preocupación.
Los rasgos de un carácter
Vayamos más adentro de su yo interior. Si algo define a Erasmo es la manera como concibe su libertad personal, por lo que toda su vida trabaja a fuerza de un riguroso sacrificio personal para hacer de ella, en su sentido más lato, la bandera de su carácter. No quiere ligarse ni depender de nadie y siempre se las ingenia para mantenerse en el camino que él elige para ser auténticamente libre.
Hace una corta pasantía como profesor de Teología en Cambridge, durante el reinado de Enrique VIII y en el Queen College de Londres se le ofrece para ser de por vida profesor en ciencias sagradas de la realeza inglesa, a lo que también renuncia. En Italia se le ofrecen honores similares que rechaza, afirmando que es suficiente con lo que gana en los trabajos de imprenta.
De allí que podamos afirmar, acompañando los juicios de alguno de sus biógrafos, que los rasgos principales de su carácter sean: la libertad plena para decidir, la independencia total para vivir y la autonomía intelectual para ser. En palabras de Zweig, Erasmo no quería ligarse a nada ni a nadie. No quiere –y esto transmite una sensación maravillosa en todo iniciado– sentir la obligación de servir a nada ni a nadie. No desea servir a ningún príncipe, a ningún señor, ni siquiera al servicio divino.
Por un íntimo instinto superior de independencia, su naturaleza tiene que permanecer libre y no sometida a nadie; íntimamente, jamás reconoció ningún superior, tampoco fue obediente a ninguna corte, ni se sintió obligado con ninguna universidad, profesión, ciudad, y al igual que su libertad espiritual, lo hizo con su libertad moral, la cual defendió toda su vida con perseverante tenacidad.
A este rasgo distintivo de su carácter está unido orgánicamente el sentido de independencia; pero lejos de ser un revoltoso, un desadaptado o un revolucionario, evita toda infructuosa confrontación con los poderes y los poderosos. Prefiere negociar con ellos a rebelarse, le gusta más atraer con inteligencia y persuadir para lograr su independencia que combatir por ella.
Erasmo es demasiado prudente para llegar nunca a ser un héroe. A diferencia de Lutero, que arroja con desdén su capilla de agustino porque le ata estrechamente el alma, Erasmo se la quita suavemente y la deja caer después de conseguir soterradamente permiso para hacerlo.
Libertad para pensar, independencia para decidir y autonomía para ser, serán un gran paradigma para todas las nuevas generaciones del mundo que buscan y trabajan por el desarrollo humano y la realización humanista del ser, para poder volver a ser libres de las tutelas paralizantes que estancan, de la envidia que marchita el alma, del resentimiento de otros y del sentimiento de venganza.
Siempre elige su camino
Es por eso que después de su ordenación, a los 26, se las arregla para escapar del claustro y obtener el permiso de sus superiores para trabajar de secretario latino del obispo de Cambrai, Enrique de Bergen, del que aprende mucho del buen vivir y de la forma de relacionarse con pensadores, sabios y hombres de letras, y a compartir socialmente. Pero también tiempo para estudiar a los clásicos latinos y eclesiásticos.
Gracias a su buen desempeño, consigue una beca en 1495 para estudiar teología en la Universidad de París, donde está en auge el Renacimiento, y conoce al asceta Juan Momber y a uno de los primeros humanistas de París, Robert Gaguin. Es en esta época donde se marcan los inicios de Erasmo como librepensador y cultor de nuevas e independientes. Luego de ese viaje y la experiencia en París, Erasmo nunca volverá a la vida monástica hasta 1517, año en que la iglesia regulariza su situación.
Inglaterra, un momento estelar
Viaja a Inglaterra entre 1499 y 1500, donde vivirá un momento estelar de su formación cuando conoce a John Colet (1467-1519), quien dictaba una conferencia magistral sobre la vida de San Pablo en Oxford. Este dejará una profunda huella en su vida intelectual después de una larga conversación entre ambos, una vez finalizada la exposición del maestro, sobre el modo de efectuar una lectura realmente histórica de la Biblia.
El impacto dejado por este encuentro le genera tal admiración por el decano de la Catedral de San Pablo y gran humanista, que Erasmo, que no aceptaba otro maestro que no fuera él mismo, le concedió el título de Praeceptor Unicus (el único maestro).
Pero Inglaterra le seduce por muchas otras razones. En ese país concibe su primera obra importante, Adagios, con la colaboración de Publio Fausto Andrelini. La primera edición de 690 refranes y moralejas de la antigua Grecia y Roma, con algunos comentarios sobre sus orígenes y significados, tuvo un gran éxito. Erasmo seguiría trabajando en los Adagios toda la vida, hasta completar en 1521, 3.400. A la hora de su muerte había recopilado 4.500 y se habían realizado 60 ediciones.
En Inglaterra también cultivará sus amigos más caros hasta el final de sus días: Tomás Moro (1478-1535), humanista enfrentado a Lutero y a la Reforma; Thomas Linacre (1460-1524), erudito humanista, uno de sus profesores, y John Fisher (1469-1535), obispo y cardenal inglés, férreo opositor a la ruptura de la iglesia de Inglaterra con la católica, lo que terminó costándole la vida. En Cambridge, debutará como profesor de Teología por muy corto tiempo. Su inquietud y curiosidad por conocer, viajar y no sentirse atado a ninguna obligación rutinaria, pronto le hace abandonar para irse a Italia.
El Erasmo en todas sus facultades físicas y mentales
Erasmo fue el estilista de los tiempos nuevos. Sabía señalar con delicadeza y tacto y pasar por el fino olfato de la censura eclesiástica algunas heréticas verdades con cinismo y gran habilidad. Por una décima parte de lo expuesto subliminalmente por Erasmo con distinguida audacia fueron llevados otros a la hoguera.
Gracias a su ingenio pudo deslizar de contrabando en los conventos y las cortes de los príncipes, toda la materia explosiva de la Reforma. Se burlaba de todos los poderes mundanos y espirituales, y por eso era mucho más peligroso en los inicios que los ataques directos e iracundos, como los lanzados después por los partidarios radicales de la Reforma. El escritor –para Zweig– llega a ser por primera vez un poder en Europa, al igual que otros poderes.
Su semblante es uno de los rostros más resueltamente expresivos según Lavater, el padre de la fisiognomía. Pocos pensadores fueron tan retratados por los pintores de la época como Erasmo. Por ello servirá a Hans Holbein en seis oportunidades en toda su trayectoria, dos veces a Durero y una a Quentin Massys.
Ya formado, cuando sus amigos lo llevan a una corrida de toros en Roma, manifiesta su irritación por tanta barbarie. No encuentra ningún placer en aquellos sangrientos juegos. Busca ante todo la higiene en un medio de manifiesto descuido corporal; en aquel ambiente bárbaro, intenta asegurarse la mínima higiene que, como artista, pone en su estilo y su trabajo.
Amaba a los libros más que a las mujeres, y cuando las imprentas daban sus primeros pasos, para Erasmo constituía una verdadera dicha presenciar el momento en que los libros eran impresos. Solo entre los muros de sus libros se consideraba seguro. Sentía temor horrible a la peste. Apenas se entera de que está próxima huye a otra ciudad. Siente mucho miedo al oír hablar de Marte el Dios de la guerra y un verdadero pánico al escuchar la palabra muerte.
Vuelta a Inglaterra y Elogio a la locura
Zweig logra componer una frase sencillamente reveladora para ilustrar su regreso a Inglaterra: En este país Erasmo de Rotterdam se curó de la Edad Media. Su retorno no lo convierte en un inglés. Su vida estará ahora indistintamente ligada a condición de ciudadano del mundo, donde domina el libro y la palabra, la ‘‘elocuentia et erudito’’, allí, desde ahora, está su patria.
Hacia 1509, después de atravesar los Alpes a su regreso de Italia, escribe Elogio a la locura, publicado en 1511, después de haber visto la decadencia de la iglesia católica; a los obispos viviendo en el lujo y la licencia, en lugar de la apostólica pobreza; presenciado el criminal furor bélico de los príncipes de aquel país, destrozado; la arrogancia de los poderosos y el espantable empobrecimiento de los pueblos.
Al llegar a Inglaterra, donde se sentía libre y confortable en la casa de campo de su amigo Tomás Moro, escribe una sátira contra todos los grupos de poder, dedicada a su amigo y apenas para ser comentada en su círculo, pero llega a tener toda la resonancia que, al igual que el Cándido de Voltaire, con toda la calidad de otros muchos trabajos de valía, se convertirá con el tiempo, en un clásico que recibirá mucha más acogida e interés en el público, que el resto de toda su obra.
En un contexto convulsionado por la lucha entre tradición medieval y escolástica y las nuevas ideas que apuntan al humanismo, Erasmo parece querer convencer al mundo mediante la sátira elegante e inteligente, de que la insensatez, la estulticia y la locura son el origen de todas las bondades, deleites y diversiones que el ser humano disfruta. Un alegato contra los poderosos de la sociedad de su tiempo. Fue considerado una provocación, por el sarcasmo y la lucidez con la que fue escrito.
El encanto de la verdad es visible para Erasmo, especialmente en la infancia. El comportamiento disparatado de los niños, sus preguntas impertinentes, nos mueven a risa y nos provocan ternura. Distinta a la seriedad, la pose, el acartonamiento adulto que resulta de la desvitalización que anuncia la muerte. Un racionalismo separado del cuerpo, invita a una deconstrucción infinita, a la invisibilización de los hechos que hacen la vida alegre y duradera.
La educación y el autoritarismo
Erasmo estaba convencido, al igual que todos los que simpatizaban con sus ideas, que era posible el progreso de la humanidad por medio de la ilustración y la educación, tanto individual como social, mediante la difusión masiva de la cultura, los escritos y los libros. Todos deseaban ser ciudadanos del mundo en este imperio de la cultura: emperadores, papas, príncipes, sacerdotes, artistas y hombres de estado, mancebos y mujeres rivalizaban y competían en las artes y la ciencia.
No es de extrañar que Erasmo sintiera predilección por una educación libre, antidogmática y universal, que odiara el fanatismo, los extremos, y fuera partidario de la Reforma pacífica, y que entre sus banderas tuviera como prioridad una lucha vehemente contra toda cárcel espiritual e intelectual. Esa será su distinción, la marca de carácter, la solemnidad de su postura cuando se le apremie por un pronunciamiento a favor de la Reforma al estilo luterano y calvinista.
Su lucha será contra el autoritarismo dogmático que somete y que obliga a tomar partido, como pretenden nuestros padres desde la casa con su estilo de vida y con sus creencias. Pero acontece igual con los maestros y los profesores que nos inducen a escoger el tema en la tutoría para repetirse ellos y pretender que sigamos sus pasos. Por eso todos pasan la vida imitando un modelo que se escoge para producirnos en serie, como si fuéramos una fábrica de salchichas.
Allí sigue radicando el principal problema después de más de 500 años que le dan vida al juicio de Octavio Paz: nuestra educación sirve para todo menos para ayudarnos a pensar. La educación debe ser para liberarnos, no para hacernos esclavos de nuevos autoritarismos dogmáticos. Por eso, muchos se preguntan en qué momento, sin llegar a ser un revolucionario ni un fanático radical reformador como Lutero, Erasmo tomó conciencia de que toda educación formal es una forma de sometimiento y así como se enseña se debe criticar, sin condicionamientos ni persecuciones.
Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero
Estos dos personajes no se conocieron personalmente, pero lidiaron, cada quien, en su estilo, muchas batallas epistolares y ensayísticas. Ambos tenían el mismo diagnóstico: que la iglesia corría peligro de muerte, que perece internamente por sus venalidades. Pero mientras Erasmo prescribe un prolongado y sistemático tratamiento, un proceso cuidadoso y progresivo de purificación de la sangre por medio de inyecciones, Lutero se lanza a practicar una extirpación sangrienta que de seguro va a provocar una incontenible hemorragia.
Al principio ambos quieren las mismas cosas, pero sus temperamentos los quieren de diferentes maneras. Erasmo confiesa: Todo lo que exige Lutero lo he enseñado yo, solo que no con tanta violencia, ni con el lenguaje que está buscando siempre los extremos. Y Lutero lo confirma en su lenguaje: Devoro como un bohemio y me emborracho como un alemán. Paradójicamente, para Lutero lo más importante era lo religioso, para Erasmo lo humano.
Stefan Zweig realiza con su pluma un muy vistoso cuadro comparativo, para la historia, de estos dos temperamentos: Rara vez el destino del mundo ha producido dos criaturas humanas en tan perfecto contraste por su carácter y personalidad física. Por su carne y por su sangre, por su norma y su forma, por su exposición espiritual y su posición vital, por lo externo del cuerpo como por su nervio más íntimo, pertenecen, por así decirlo, a diversas y hostiles razas de carácter: tolerancia frente a fanatismo, cultura frente a fuerza primitiva, ciudadanía universal contra nacionalismo, evolución frente a revolución.
Martín Lutero es la puerta por donde se abre paso todo alemán, la parte más primitiva de la cultura alemana protestante y rebelde frente a la conciencia del mundo, y al entrar la nación en las ideas de Lutero, también y al mismo tiempo, entra él en la historia de su nación.
Las habilidades parten de Lutero, dice Zweig. De todos los hombres geniales que ha sostenido la tierra, acaso haya sido Lutero el más fanático, el menos capaz de ilustrar, el menos acomodable y el más antipático: Lutero era y seguirá siendo, el tiempo que duró su vida, una naturaleza combativa, un pendenciero nato con Dios, con los hombres, con el diablo.
Erasmo, por el contrario, un hombre de temperamento apacible, nunca estuvo preparado para combatir; Erasmo solo podía defenderse simulando, como esos animalitos que para protegerse cambian de color o se hacen los muertos. Solo detrás de la fortaleza de los libros se siente confiado y seguro.
Por eso, cuando llega la hora decisiva de la confrontación entre los dos bandos, cercado y apremiado por un pronunciamiento por parte de la iglesia y de los príncipes, fiel a sí mismo, considera equivocadas las dos posiciones y eso le cuesta el desprecio y el cuestionamiento de los partidarios de unos y de otros:
Es en ese momento que nace la expresión: Erasmo de Rotterdam puso los huevos que empolló Lutero. A lo que Erasmo contestaría: sí pero yo no sabía qué clase de pollo iban a dar esos huevos.
La fuente inicial de inspiración de Lutero fue la traducción que hizo Erasmo del Nuevo Testamento en 1516 y que utilizó hasta el final de sus días. La devoción de Lutero por esta versión desató un torbellino de lectores que puso el Nuevo Testamento al alcance de la gente que no sabía leer en latín. Sus seguidores se propagarían por toda Europa un año después de la traducción de Erasmo al griego del Nuevo Testamento. Estas dos traducciones serán vitales en los inicios de la Reforma, que terminó en el gran cisma de la Iglesia católica y su división.
En 1522 Lutero traduce el Nuevo Testamento al alemán y esa será la base de la primera traducción al inglés por William Tyndale en 1526. En 1524, Erasmo en respuesta a las exageraciones doctrinales de Lutero escribe, Discusión sobre el libre albedrio, libro que Lutero responde con otro titulado Sobre la libertad esclava.
Epílogo
Erasmo paso los últimos años de su vida acosado por la crítica feroz de católicos y reformadores. Fue triste y doloroso recibir amargas acusaciones de seres humanos, muchos de los cuales, fueron amigos queridos y respetados a lo largo de su vida, que nunca le perdonaron su libertad, su independencia y autonomía. Los enemigos aumentan y los amigos desaparecen, se le oyó lamentarse en soledad, para quien el trato humano espiritual fue la mayor belleza y la mayor dicha de la vida.
Apenas un destacado joven escritor, François Rabelais, pedagogo, médico y humanista, autor de Gargantúa y Pantagruel, considerado el gran prosista francés, levantará su voz en solitario contra el tumulto acusador, en la aurora de su gloria juvenil para saludar al crepúsculo de su moribundo maestro:
Todo lo que soy y lo que valgo lo he recibido únicamente de ti, y, si yo no quisiera reconocer esto seria el ser humano mas desagradecido de todos los tiempos. Te saludo y otra vez te saludo, padre amado y honor de la patria y espíritu protector de las artes, invencible combatiente por la verdad.
Leon Sarcos, 27 septiembre 2024