“Cuando la realidad se vuelve insufrible, lo mejor que podemos hacer
es zambullirnos en la orgia perpetua de la literatura”
Gustave Flaubert
La conducción del país en lo intelectual y espiritual durante este cuarto de siglo, ha sido esencialmente estéril, tediosa, sombría. Insufrible diría el autor de Madame Bovary. Manifestada entre otros aspectos por un lenguaje y un estilo desangelados, bastante escorados a lo castrense.
Como contraste, nuestros predios literarios, desligados del modelo oficialista, han sido fértiles en todos los géneros: poesía, ensayo, narrativa. Su calidad la atestiguan el reconocimiento y el interés fuera de nuestras fronteras de importantes casas editoriales, Tusquets, Seix Barral, Planeta, entre otras, y los premios internacionales obtenidos. La migración masiva de estos años ha redundado en este logro.
Sería muy amplio abarcar nuestro espectro literario actual. Veamos solo una muestra del quehacer de la nueva generación de damas novelistas. Entre ellas, Karina Sainz Borgo, La hija de la española, traducida a más de 20 idiomas, Grand Prix de l’Héroine Madame Figaro du Roman Étranger 2020, o Keila Vall de la Ville, caraqueña, Los días animales, ganadora del International Latino Book Award 2018.
Como ejemplo de nuestra literatura del destierro, María Elena Morán, Volver a cuándo, relato escenificado en Brasil, Premio de Novela Café Gijón 2022 y Vaitière Alejandra Rojas, Algo habla con mi voz, que trata de nuestros transterrados en Colombia, ganadora del Concurso Nacional de Novela de la Universidad Central de Bogotá 2019.
La producción no se detiene, a principios de este mes, Carolina Jaimes Branger, conocida articulista, se atreve con su primera novela, Aquello que no se dice, en editorial Planeta, para dilucidar con brillantez los preceptos y secretos de la alta sociedad en nuestro dictatorial inicio del siglo pasado.
Estas nuevas narradoras venezolanas son ejemplos de nuestro intelecto creativo que vence las prevalecientes sombras del poder.