El partido de fútbol que terminó con 111 muertos y 110 heridos en una cárcel: la historia detrás de la masacre de Carandiru

El partido de fútbol que terminó con 111 muertos y 110 heridos en una cárcel: la historia detrás de la masacre de Carandiru

Según el relato de los testigos, lo que empezó como una pelea en un partido de fútbol terminó con una sangrienta masacre en la cárcel de Carandiru perpetrada por la Policía Militar de Brasil

 

La crudeza de los datos vuelve innecesario cualquier adjetivo: 341 policías militares, armados con armas pesadas con munición letal y acompañados por perros entrenados, entraron a una cárcel, dispararon contra los presos y en apenas 20 minutos mataron a 111 e hirieron a otros 110. Eso según el informe oficial, porque los testimonios coinciden en que las víctimas fueron muchas más. En las filas policiales no hubo bajas, ni siquiera heridos leves. Ocurrió la tarde del 2 de octubre de 1992 en el Complejo Penitenciario de Carandiru, en pleno centro de San Pablo, y treinta años después sigue siendo la mayor masacre registrada en una prisión brasileña.

Por infobae.com





Por si hiciera falta una comparación de la magnitud de esa carnicería, en la Argentina la Masacre del Pabellón Séptimo de la Cárcel de Devoto, ocurrida el 14 de marzo de 1978, según las cifras oficiales tuvo un saldo de 64 prisioneros muertos, casi todos devorados por las llamas que se propagaron en el recinto cerrado sin que nadie hiciera el más mínimo gesto para auxiliarlos.

Sin embargo, la comparación no es del todo válida por una cuestión de escala. En Carandiru, la cárcel más grande su superpoblada de América latina, todo era monstruoso. Tenía una capacidad para 3.250 presos, pero para octubre de 1992 había casi siete mil, de los cuáles más de dos mil estaban hacinados en el Pabellón Noveno. Muchos de los reclusos no tenían condena firme, sino que estaban detenidos a la espera del juicio. De hecho, 89 de los 111 muertos en la masacre estaban encerrados con “prisión preventiva”. El promedio de edad de las víctimas se calculó en 22 años.

A cargo de la cárcel estaba el director José Ismael Pedrosa, un hombre de extensa trayectoria en el Servicio Penitenciario brasileña, en cuya foja de servicios se combinaban las felicitaciones de las autoridades con denuncias de represión injustificada y violaciones de los derechos humanos. En el caso de Carandiru, con una simple orden desató la masacre.

La matanza

La tarde del viernes 2 de octubre, un partido de fútbol derivó en una pelea entre presos que pronto se convirtió en un tumulto que tuvo su epicentro en el Pabellón Noveno. Hubo peleas a golpes y también con armas blancas, y algunos presos iniciaron fuego prendiendo un colchón. Según la versión que dieron las autoridades, se trataba de un motín, pero ninguno de los testimonios recogidos entre los sobrevivientes permitió corroborarlo. La mayoría dijo que fue una pelea entre dos presos que fue escalando y que nadie tenía la intención, ni la posibilidad, de tomar la cárcel.

En lugar de resolver la situación con sus propias fuerzas o pidiendo refuerzos al servicio penitenciario, el director Pedrosa pidió a la Policía Militar (PM) que reprimiera “el motín”. La misión recayó en el coronel Ubiratan Guimarães, que se puso al mando de tres batallones de la PM y, además, pidió un refuerzo de soldados al Ejército.

Primero impuso un cerco alrededor del penal para evitar que se acercaran civiles. La excusa fue garantizar la seguridad, pero en realidad buscó -y logró- que ningún periodista ni funcionario judicial pudiera ver lo que iba a ocurrir.

A las 15:30, Guimarães dio la orden y 341 policías militares y soldados irrumpieron en el complejo. Llevaban armas de puño automáticas, ametralladoras y perros entrenados. Los disparos no tardaron en empezar a sonar. No buscaban controlar un motín sino perpetrar una masacre que sirviera como escarmiento. Dentro del penal estaba el doctor Drauzio Varella, uno de los médicos de Carandiru, que fue testigo directo de lo que pasó a continuación: “Mandas a invadir un pabellón a oscuras, con un colchón encendido en medio de la humareda, mandas a policías que no conocen la cárcel por dentro (eran policías militares, estaban trabajando en la calle, pelotón de choque), con un perro en una mano y una ametralladora en la otra mano: ¿qué crees que va a suceder?”, contó después.

Tanto Varella como muchos de los sobrevivientes dejaron en claro que no hubo enfrentamientos sino ejecuciones. “Los policías entraron arremetiendo contra todo lo que se movía y lo que no se movía. Imagínate: estás ahí preso, tienes un cuchillo en una mano y aparece en la punta de la galería un pelotón de policías militares con ametralladoras en la mano y un perro. ¿Qué haces en ese momento? Vas a tu celda, tiras el cuchillo y te escondes dentro de la celda. No tienes ninguna posibilidad de enfrentarlos”, relató el médico.

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