Hace unos días, en EL COLOMBIANO relatamos como en Medellín existe un colegio donde los estudiantes venezolanos son tan numerosos que incluso se canta su himno. En la Institución Educativa Héctor Abad Gómez, donde cerca de un tercio de los 2.700 alumnos son migrantes del país vecino, se vive una historia ejemplar de acogida en la ciudad.
Más allá de ser una curiosidad, esta anécdota es ejemplo de cómo la migración venezolana se ha entrelazado con la cultura colombiana, de manera que no solo se ha logrado transformar la vida de los cerca de los 3 millones de venezolanos que han llegado a nuestro país huyendo del hambre y de la dictadura que azota a su nación, sino que Colombia, en la mayoría de los casos, ha demostrado un gran sentido de humanidad.
En estos éxodos masivos, la tentación de quienes reciben a los migrantes es refugiarse en el miedo. De hecho, eso es lo que está explotando por estos días el candidato a la presidencia de Estados Unidos Donald Trump con narrativas absurdas, como la de que los migrantes se comen las mascotas de la gente. Pero lo interesante ahora, al menos en el caso de Colombia, es que la evidencia recogida en un juicioso estudio sugiere que la manera como han sido acogidos los venezolanos ha traído consigo beneficios significativos para las dos partes.
La historia de la migración de venezolanos a Colombia, a diferencia de lo sucedido en otras partes, es un ejemplo de éxito que merece ser reconocido. Las políticas públicas de los últimos gobiernos han facilitado una integración efectiva de la población foránea. En particular, la creación del Permiso Especial de Permanencia (PEP), mediante el cual el Estado otorgó autorizaciones temporales de trabajo y de residencia a migrantes irregulares, ha sido un factor crucial para la integración socioeconómica de esos migrantes. Este programa, que comenzó en 2017, ha facilitado un acceso significativo a mejores condiciones de vida, empleo y servicios básicos para miles de venezolanos, consolidándose como un modelo a seguir para la gestión de crisis migratorias en la región.
Uno de los estudios a los que hacemos referencia se llama “Salir de la sombra: cómo un programa de regularización mejoró la vida de los migrantes venezolanos en Colombia”; fue publicado por el Banco Mundial en 2022 y recientemente lo aceptó el prestigioso Journal of the European Economic Association.
Esta investigación analizó el impacto del PEP en la vida de más de 440.000 migrantes venezolanos en Colombia, y arroja hallazgos contundentes: el programa generó un incremento del 48% en el consumo per cápita y un aumento del 22% en los ingresos laborales mensuales de los beneficiarios. Además, se observó una mejora del 26% en la probabilidad de empleo para quienes obtuvieron el PEP en comparación con aquellos que no pudieron acceder a este beneficio.
La inserción de los migrantes venezolanos en el mercado laboral formal ha permitido que muchos de ellos se conviertan en contribuyentes a la economía colombiana. En el contexto de un mercado laboral altamente informal como el colombiano, donde la mitad de la población económicamente activa trabaja en la informalidad, el PEP no solo facilitó empleos formales para los migrantes, sino que también contribuyó a su bienestar al proporcionar acceso a servicios de salud y a la inclusión financiera. Según el informe, el PEP incrementó en un 57% la inscripción de migrantes en el SISBEN –esencial para que pudieran estar cobijados por el exitoso Ingreso Solidario durante la pandemia–, aumentó 27% su acceso al sistema de salud y 45% su acceso a productos financieros.
Es común escuchar que la inmigración masiva desplaza a los trabajadores locales o reduce los salarios. Sin embargo, estudios como este indican que la regularización de los migrantes venezolanos no ha tenido un impacto negativo en los trabajadores colombianos. Por el contrario, la mano de obra venezolana ha cubierto vacantes en sectores donde hay escasez de trabajadores locales, especialmente en áreas como la construcción, los servicios y el comercio.
Otro de los argumentos utilizados contra la inmigración venezolana es el supuesto incremento de la delincuencia. Sin embargo, los datos muestran una realidad distinta. El acceso a un estatus migratorio regular y a un empleo formal redujo los incentivos para que los migrantes recurran a actividades ilícitas para subsistir. El programa PEP, al brindar acceso a la estabilidad laboral y social, ha contribuido a la reducción de factores de riesgo asociados a la criminalidad, como la pobreza extrema y la falta de oportunidades.
La política migratoria colombiana se ha convertido en un ejemplo en el mundo. La decisión de regularizar a los migrantes venezolanos bajo el PEP, seguida por la creación del Estatuto Temporal de Protección para Migrantes Venezolanos (ETPMV), ha permitido a Colombia gestionar de manera más efectiva la crisis migratoria más grande en la historia reciente de América Latina. Estos programas no solo han beneficiado a los migrantes, sino que han impulsado el desarrollo económico y social del país.
Los datos muestran que, lejos de ser una carga, los migrantes venezolanos han contribuido positivamente a la economía y a la sociedad colombiana. Ojalá el himno de Venezuela siga resonando con respeto y orgullo en muchos colegios colombianos, como símbolo de un caso exitoso de políticas públicas que, más allá de cualquier logro, ha traído bienestar a millones de personas.
Artículo editorial publicado originalmente por EL COLOMBIANO