Dimensión política vs. dimensión moral, por @ArmandoMartini

Dimensión política vs. dimensión moral, por @ArmandoMartini

Armando Martini Pietri @ArmandoMartini

La política es vista como el arte de lo posible, mientras la moralidad representa la maestría de lo deseable. Aunque con frecuencia en contradicción. La política es pragmática, sus decisiones se toman en función de intereses, poder y realidades prácticas; en cambio, la moralidad responde a principios éticos que guían el proceder individual y colectivo hacia la justicia, equidad y el bien común. El choque entre lo que se puede y lo que se debe hacer, constituye uno de los dilemas de la historia política y filosófica de la humanidad.

La política es interpretada bajo el prisma del realismo. Para Maquiavelo, no es un terreno en el que los valores éticos tengan la última palabra. Su “príncipe” encarna la necesidad de manejar el poder con astucia, bajo la premisa de que el fin justifica los medios en el logro del orden y la estabilidad. Enfoque que plantea, si el poder, una vez alcanzado, debe regirse por consideraciones morales, o si, por el contrario, guiarse por la eficiencia y el cálculo frío.

Operar bajo esa condición asume: que los ideales éticos no son siempre aplicables en contextos internacionales o en situaciones de crisis nacional. El manejo se convierte en un ejercicio de pragmatismo, en la cual, negociaciones, concesiones, incluso traiciones, son utilizadas como herramientas para garantizar gobernabilidad y evitar el caos.





Esta perspectiva crea desconfianza, ya que, sin un marco ético sólido, la política se degrada en una lucha por el poder, divorciada de su responsabilidad hacia el bienestar colectivo. Es aquí donde política y moralidad parecen irreconciliables.

En contraste, la dimensión moral apela a principios éticos que trascienden la mera obtención del poder. Implica la construcción de un orden justo, no simplemente eficiente. Kant, a través de su imperativo categórico, exhorta a actuar conforme a reglas universales; es decir, las acciones no deben ser dictadas por el interés particular, sino por lo que es correcto en términos absolutos.

Rumbo que embiste contra la dinámica política; no bastan las operaciones útiles o prácticas, también deben ser éticamente justificables. Pero enfrenta retos complejos como la desigualdad social y los conflictos armados; la integridad se erige como brújula que guía el rumbo hacia un horizonte donde la dignidad no sea aspiración abstracta, sino una realidad tangible.

El poder sin ética deriva en tiranía. Y, la política, no puede desvincularse de la moralidad. Como lo sugiere el filósofo John Rawls, una sociedad justa se basa en principios equitativos de igualdad. La moralidad no es solo deseable, sino imprescindible para un proyecto político legítimo y sostenible. 

Los intentos de reconciliarlos han sido continuos y decididos, aunque frustrantes. Desde la antigüedad clásica, pensadores oscilan entre ambas dimensiones. Platón, en su obra “La República”, soñaba con un Estado gobernado por filósofos, seres moralmente superiores, capaces de conjugar lo político y lo moral en un mismo proyecto. No obstante, este ideal ha demostrado ser difícil de alcanzar en la práctica.

La modernidad se enfrenta a la disonancia entre el ideal ético y la realidad política. En situaciones de crisis, surge la cuestión de si es posible actuar moralmente cuando los costos políticos son tan altos que comprometen la estabilidad del Estado. Este es el punto en el que se desencadenan los debates éticos en torno a decisiones como la guerra, represión o alianzas estratégicas con actores moralmente cuestionables.

Hoy, la filosofía intenta abordar esta tensión buscando equilibrio. Charles Taylor, sugiere que los ideales morales ofrecen orientación en la política sin perder de vista la realidad de la lucha por el poder. No obstante, el riesgo existe, el compromiso honesto puede sacrificarse en aras del éxito político, dejando una sensación de traición a los valores éticos.

La política, no puede existir sin moralidad, lidia con la realidad y el pragmatismo, su legitimidad y sostenibilidad dependen de su responsabilidad con los principios morales. Gobernar involucra comprensión de la sociedad, pero también, compromiso irrenunciable con el bienestar ético de sus miembros.

El desafío reside en encontrar la intersección entre lo que es políticamente viable y lo que es moralmente necesario. Juicio que define a los estadistas, quienes trascienden las coyunturas de poder para construir legados basados en el respeto al decoro, justicia y entereza. Cuando la política se conduce por principios morales es transformadora, tanto para los ciudadanos como para el curso de la historia misma.

La política y moralidad no son antagónicas; más bien, son columnas sobre las que se sostiene la arquitectura de una sociedad justa y equitativa. Sin una, la otra pierde sentido y dirección.

@ArmandoMartini