Humberto García Larralde: La postura de Maduro, ¿comunismo o fascismo? II

Humberto García Larralde: La postura de Maduro, ¿comunismo o fascismo? II

En un artículo anterior comentaba las similitudes y diferencias entre comunismo y fascismo. Concluí que, al desaparecer toda pretensión “científica” del marxismo leninismo y, con ello, dejar sin sustento el reclamo de los partidos comunistas por monopolizar la conducción al “único futuro posible” y determinar la vida de la población, lo que quedó del comunismo se hizo prácticamente indistinguible del fascismo. Las categorías de la mitología comunista pasaban a ser, simplemente, otra manera de invocar las mismas prácticas fascistas –populismo patriotero, subordinación al Estado, siembra de odios, culto a la muerte, discriminación, militarismo, violencia– pero con una retórica distinta a la del fascismo clásico.

Con todo y su retórica “revolucionaria”, el régimen Maduro entra claramente en esta caracterización. No obstante, el resabio, aún compartido por algunos círculos izquierdosos, de creer que el comunismo representa el polo opuesto al fascismo, proporciona a la actual oligarquía militar / civil un último recurso con el cuál intentar legitimar su golpe de Estado contra la institucionalidad republicana; el cometido por el fraude electoral tan torpemente ejecutado por el cne y alcahueteado por la sala electoral del tsj.

El fascismo ha quedado sin posibilidad alguna de demostrar su alegato de que Maduro resultó reelecto el 28-J. Quedó claro que, con su proclamación, se intenta robar, descaradamente, las elecciones. En ello, Elvis Amoroso, presidente del cne, se reveló como un vulgar delincuente electoral. No puede presentar las actas porque éstas señalan a Edmundo González Urrutia como presidente electo por una votación contundente, más del doble de la de Maduro. Y ello es del dominio público, tanto dentro del país como fuera. De tan palmaria verdad está plenamente consciente la claque militar y civil que hoy ocupa el poder. Pero en vez de aceptar su derrota y, con ello, negociar en los mejores términos posibles (para ellos) su entrega del poder, optaron por tergiversar drásticamente los referentes de la contienda.





La pretendida “legitimidad” del triunfo electoral de Maduro nada tiene que ver, ahora, con aparentar que fue el preferido de los venezolanos. En el nuevo formato que quiere imponer, la legitimidad está determinada por la ideología. Desesperadamente necesita posicionarse como de izquierda, ¡portavoz del destino providencial de la humanidad!, para legitimar entre los suyos su arrebato. Y, así, con unas contorsiones insólitas, el fascismo alega que su “revolución” está amenazada, ¡por el fascismo!, en este caso, la oposición democrática liberal que reclama el triunfo indiscutible de Edmundo González. ¡La “derecha” no puede ganar, ni por las buenas ni por las malas! Se justifica el “triunfo” de Maduro. La comprobación empírica, real, del resultado electoral no tiene relevancia alguna. Así lo confesó Diosdado Cabello, desvergonzadamente, al despachar las actas presentadas por el Centro Carter ante la OEA.

En tan absurda pretensión, el fascismo (el verdadero) se retrotrae a imaginarios construidos en torno a la Guerra Fría de hace 80 años. Se hace la víctima. Cogen cámara nulidades como Yván Gil, cuya formación política se reduce a haberse aprendido de memoria los clichés de aquel entonces. Este retroceso también acentúa, lamentablemente, las falacias de una burbuja ideológica maniquea construida para “justificar” la represión de quienes se atreven a exigir que sea reconocida la realidad del triunfo opositor. Tal encierro exacerba sus resentimientos, odios y complejos. Explica comportamientos infames como el de Tarek, alias Torquemada, Saab. Obnubilados por un sectarismo fundamentalista, el triunfo de Maduro pasa a ser un asunto de fe. No admite cuestionamiento. Absueltos por semejantes imposturas, los psicópatas –lo que han mostrado ser quienes se han cogido al país–, dan rienda suelta a sus peores reconcomios y pasiones en contra de la población venezolana.

En esta regresión a la barbarie y al primitivismo, el fascismo madurista no escatima la oportunidad de acabar con todo lo que podría haber contribuido con su progresiva reinserción en el concierto de naciones. Rompe relaciones con Argentina, Chile, Panamá, Uruguay, Perú y Costa Rica por exigir la transparencia de los resultados del 28-J, con insultos de por medio –¡la “diplomacia” de Yvan Gil!– y suspende vuelos con Panamá, República Dominicana, Perú y Chile, aislando todavía más a Venezuela. No contento con eso, se empeña en buscarle pleito a España, país cuyo gobierno se ha caracterizado por exhibir una conducta “benévolamente neutra” con el régimen fascista. Sin mencionar el desprecio por las iniciativas de quienes, como aliados –Lula y Petro–, hubieran podido asistirlo en encontrar salidas aceptables a la crisis que causó el arrebato de Maduro contra la voluntad popular. No puede, siquiera, ubicar su postura como de una izquierda enfrentada a la derecha, por más “antiimperialista” que se proclame. Maduro hace todo lo posible por perjudicarse a sí mismo políticamente. Lamentablemente, arrastra al país consigo. Atrincherado, como está, detrás de bayonetas, no le importa.

Más allá, Jorge Rodríguez, pretende sellar legalmente este escamoteo de la realidad política. “Invita” a fuerzas que participaron en las pasadas elecciones a discutir cambios en la legislación electoral y de partidos políticos, alegando, con una manipulación vergonzosa, que el artículo 130 de la CRBV lleva a excluir manifestaciones políticas que, para él, son “extremas”: las del 70% de la población que votó por sacar a Maduro, cuyo desconocimiento se tradujo, justificadamente, en protesta. En su afán por borrar la fundamentación democrática de nuestra Carta Magna, llegó a afirmar que la ley no obliga a publicar las actas de escrutinio. Cínicamente, busca legalizar a futuro los atropellos cometidos el 28-J: escoger a quiénes pueden candidatearse y proclamarse ganador, como Maduro, sin exhibir prueba alguna.

Tan perverso pensamiento está detrás de la brutal ola represiva contra la población: dos mil detenidos carentes de garantías procesales, entre ellos, unos 180 menores, algunos cruelmente torturados, 27 asesinados, persecución de dirigentes y figuras opositoras. Terrorismo de Estado, propio de su vocación totalitaria. Ante la tragedia producida por la respuesta desproporcionada de Netanyahu al salvaje ataque terrorista de Hamas, Maduro canta vivas a esta banda y a sus congéneres del Hezbolá. Se retrata en familia, faltando los verdugos de Nicaragua, Cuba, la teocracia misógina de Irán y del imperialista Putin.

¿Puede triunfar tan brutal empeño en conservar el poder? En el tiempo, no. Difícil sostener tanta burla y abierta injusticia a la población sobre la base de una mentira tan flagrante. Porque la inmensa mayoría, incluyendo a muchos chavistas, sabe que Maduro y los suyos se robaron las elecciones. ¿Por qué calárselo ante el deterioro esperado en sus condiciones de vida? Habrán de incrementarse las penurias y las consecuentes protestas. Afuera se extiende el rechazo a tan vulgar fraude. En la región se hacen llamados para la detención de Maduro y sus cómplices por crímenes de lesa humanidad. Aumentan las sanciones personales en su contra. Las intemperancias de Maduro invitan. Y la internacional terrorista con la que se identifica está entrampada en sus propios conflictos como para darle apoyo efectivo.

El núcleo corrupto que controla a la FAN no hará nada para que sea respetada la verdad. Pero el grueso de la fuerza, como muchos chavistas, no querrán seguir convalidando la cadena de derrotas que ha significado la permanencia de Maduro. Acabó con el chavismo como opción popular, destruyó a PdVSA, devastó a la economía y arruinó los servicios públicos, incluidos la educación y la salud pública. Su continuación solo ofrece más miseria, destrucción y terrorismo de Estado. ¡A paso de perdedores!

No podemos permitir que el país termine engullido por las ansias totalitarias del fascismo madurista. El eje de nuestra fortaleza para horadar el embuste con el que intenta perpetuarse reside en hacer que prevalezca, como sea, la verdad del triunfo opositor. El grueso de la población, los centenares de miles que se la jugaron para que ese triunfo se diera, no aceptan menos que eso. Seamos lo suficientemente persistentes como para generar una correlación de fuerzas, junto al apoyo internacional, que obligue al fascismo a negociar la entrega del Ejecutivo a su legítimo titular. No merecemos vivir en tal oprobio.