El 9 de agosto de 2021, Cristina Rodríguez Veloso, que entonces tenía 26 años, y José María Roldán Zapata, de 53, se intercambiaron sus teléfonos móviles para hablar por Whatsapp después de contactar semanas antes a través de una web de citas. Ella vivía en Rabiño, una aldea del municipio ourensano de Cortegada de apenas 200 vecinos, en España, y hasta allí viajó él desde Castelldefels (Barcelona) para ir a verla, pero tras convivir solo tres días la mujer le pidió que se marchase. La negativa del hombre pudo ser el móvil del asesinato, que Rodríguez confesó paso a paso ante el tribunal con jurado que la juzgó por el crimen, y por el se exponía a una condena de 18 años de prisión, que finalmente quedó en ocho gracias a su colaboración con la justicia. “Le di pastillas y lo asfixié con la almohada”, contestó al interrogatorio de la fiscala, en el que también ratificó que roció el cuerpo con gasolina y, una vez calcinado, lo troceó y enterró en su propio jardín y en un bosque próximo a su casa.
Por: El País
Solo una grave alteración psíquica de la acusada podría rebajar su condena. Aunque la Fiscalía tiene claro que la mujer, hoy de 29 años, sufrió un trastorno de ansiedad al cometer el crimen, cree que era perfectamente consciente de lo que hacía cuando quemó el cuerpo y lo desmembró con una pala para luego enterrarlo. Fue el médico de cabecera de ella quien alertó a la Guardia Civil y pudo constatar el paradero del cadáver la víctima. Al facultativo le resultó sospechoso que la mujer le contase durante una consulta el 21 de diciembre que un hombre había muerto en su casa y que tuvo que deshacerse del cuerpo porque se puso nerviosa. El doctor llamó a las autoridades, que para entonces ya habían interrogado a la acusada en su vivienda a causa de una denuncia por desaparición interpuesta por la familia barcelonesa de la víctima, que llevaba cuatro meses de búsqueda. A través de la ubicación del móvil los agentes descubrieron que el hombre había estado allí, pero la mujer no dio detalles en ese primer interrogatorio.
A raíz de la llamada del médico la mujer se sintió acorralada y durante el registro de su casa, llorando, contó a los agentes cómo había cometido el crimen. Lo primero que se recuperó fue un pie enterrado debajo de un olivo y luego se localizaron “multitud de huesos esparcidos por la finca y una bolsa llena de vísceras”, según recoge la investigación.
Días más tarde, los agentes de Protección Civil recuperaron una bolsa con pertenencias de la víctima, tras recibir la llamada de una vecina que la había localizado cerca de su casa. Y finalmente, al desbrozar la finca de al lado de la vivienda de la acusada se encontró la PlayStation propiedad del hombre.
La sospechosa del crimen estaba separada y había renunciado a favor de su exmarido a la custodia de la única hija de ambos. La víctima era viudo, también padre de una niña, a la que cuidaba su madre. Fue ella la que denunció su desaparición a los Mossos de Esquadra. La investigación de cuatro meses desveló que la procesada invitó al hombre a pasar unos días en su casa y éste cogió un vuelo a Vigo, donde llegó el día 20 de agosto. Ella fue quien lo recogió en el aeropuerto.
Puedes leer la nota completa en El País