Cuando se acercan los festejos del Día de Muertos, a la mexicana Meztli Lizaola le resulta inevitable no acordarse de su entrañable mascota y amigo Taco, un chihuahua de pelaje marrón claro y de enternecedora mirada que cautivaba a quien se cruzara con él.
Por Fabiola Sánchez | The Associated Press
Sobre un mueble de madera, instalado en una esquina de su pequeña sala, Lizaola celebra la memoria de Taco, que murió hace dos años, con un altar en el que también están las cenizas del perro y fotografías de él. Junto a ellas, coloca imágenes de su propio padre, así como calaveras, catrinas, velas, flores anaranjadas y pan de muerto de plástico.
La diseñadora gráfica, de 35 años, confesó entre risas que, aunque Taco era muy glotón y solía comer algunos de los platos típicos mexicanos como pan de conchas, tacos de carnitas y quesadillas —además de croquetas—, no pone en su altar ofrendas de alimentos para evitar que alguno de sus otros cuatro perros se las coma.
Los altares por las celebraciones del Día de Muertos, que se festeja el 1 y 2 de noviembre, forman parte de una tradición muy arraigada entre los mexicanos, que reúne elementos de la cultura prehispánica, de la época de la colonia y de la historia reciente. Lo de honrar también a las mascotas se ha extendido entre los nuevos hábitos.
En México, el Día de Muertos es considerado una celebración a la memoria y un ritual que privilegia el recuerdo sobre el olvido. De acuerdo con la mitología indígena, en esa fecha las ánimas realizan un tránsito para regresar con los mortales y convivir con sus parientes para compartir los alimentos que les ofrecen en los altares.
Los mexicanos han dedicado por décadas los altares —que suelen instalarse en las casas y oficinas— a sus familiares, amigos y colegas fallecidos, pero en los últimos años la tradición ha venido ampliándose con la incorporación de memoriales para los animales que los acompañaron en vida.
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