Dado que es inevitable para quién escribe hacer comparaciones, qué como casi siempre están relacionadas con Venezuela, lo sucedido en el Levante español nos recuerda el desastre conocido como el deslave de la Guaira, hoy estado Vargas, ocurrido en diciembre del año 1999 y del que se manejan cifras contradictorias, a falta de una información que pueda ser tomada como cierta, del número de muertos y desaparecidos, que para algunos estudiosos del tema no llegó a mil mientras que para otros llevados, quizá, más por el escenario de desolación dejado por la naturaleza después de castigar con toda su furia el litoral guaireño que por la evidencia constatable, los fallecidos fueron miles. En lo que no hay discusión es en la reacción tardía y lenta del gobierno de Hugo Chávez quien llevaba un año escaso como presidente, señalada por el liderazgo de la oposición, sin mayores repercusiones políticas, tal como acaba de suceder en España, y en el desconcierto de la población, similar por no decir que idéntico al de esos indignados españoles que abuchearon y arremetieron contra Pedro Sánchez y toda su comitiva en su visita a la comunidad valenciana pasados cuatro días de la catástrofe que la sacudió, al grito de ¡asesinos!, ¡asesinos!
Sin embargo, del mismo modo que ocurrió en España en el 2020 con la pandemia del COVID, la agenda política se impuso a la de la razón y del sentido común, y Chávez que se encontraba en pleno proceso de aprobación de la nueva constitución, y para lo cual había un referéndum programado para el 15 de ese mes de diciembre, precisamente en el que ocurrió el deslave de la montaña debido a las intensas lluvias que ya venían siendo anunciadas, en lugar de decretar el estado de emergencia, suspender la consulta y posponerla, decidió quitarle importancia al asunto con la finalidad de no alarmar a la población y que saliera a votar, para lo cual dio unas declaraciones a la prensa el dia anterior, en las que a la pregunta de un periodista que le recordaba los peligrosos pronósticos climatológicos para el día de la votación, respondió con una frase de Simón Bolívar: “si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.
Pero como ya se sabe ni la naturaleza se opuso, no obstante que asistió a las urnas menos de la mitad del registro electoral, ni Chávez se enfrentó con ella, que arrasó libremente con cuanto tuvo por delante. Luego, vino la improvisación y el despropósito para muchas de las decenas de miles de familias damnificadas que tuvieron que pasar semanas, meses e incluso años, no exentas de abusos y vejaciones, en refugios impensados como el Poliedro de Caracas, un cinco estrellas comparado con el resto, en una especie de infierno diseñado para ellas como parte de su trágico destino, y que sirvió para mostrar algunos de los principales rasgos del concepto de sociedad cívico-militar pregonada por Chávez como parte de su ideología del Estado y que servirían de fundamento a su gobierno durante toda una larga década.
Si alguna lección política deja este tipo de calamidades a las que nos somete de tiempo en tiempo la madre naturaleza es la de mostrarnos la lejanía, frialdad y despotismo con que algunos gobernantes tratan a sus súbditos, una relación que Julia Otero una reconocida periodista española resumió hace un par de días al referirse a lo ocurrido en Valencia, pero que aplica por igual al caso venezolano de hace ya un cuarto de siglo, con las siguientes palabras: “El cambio climático mata, pero también mata la ignorancia, la incompetencia y la soberbia”.