Por Elsa Muro
El reciente libro del ex primer ministro británico Tony Blair parece ofrecer una visión profunda y estructurada de lo que constituye el liderazgo efectivo en el contexto político y social del siglo XXI. Blair, con su experiencia y perspectiva adquirida a través de años de servicio, analiza los principios de un liderazgo eficaz y los requisitos que un líder debe cumplir para gobernar con visión, propósito y responsabilidad. En particular, Blair enfatiza que un verdadero líder debe poseer una preparación adecuada, una visión de país, y un enfoque basado en la creación de estructuras sólidas para la toma de decisiones.
Contrastando este tipo de liderazgo con figuras como Nicolás Maduro, se hace evidente que, en la opinión de muchos, él no cumple con las características esenciales que Blair describe. Venezuela, enfrentando numerosos retos sociales, económicos y políticos, podría beneficiarse de un liderazgo estructurado y estratégico. Sin embargo, la percepción general, tanto a nivel internacional como dentro del propio país, indica que el estilo de liderazgo de Maduro se aleja de los estándares que Blair establece.
Examinemos algunos puntos clave que Blair detalla en su libro y cómo podrían aplicarse a la situación en Venezuela:
1. Visión y planificación a largo plazo: Un líder, según Blair, debe tener un plan sólido y una visión de país que trascienda el corto plazo y que fomente el progreso estable y duradero. Este tipo de visión implica crear estructuras de gobierno eficaces y tomar decisiones estratégicas, en lugar de recurrir a acciones improvisadas o reactivas que generen inestabilidad o deterioro. En el caso de Venezuela, la percepción común es que las políticas de Maduro no están diseñadas bajo una visión de largo plazo que promueva el crecimiento y la prosperidad, sino que responden a factores de conveniencia o emergencia, lo cual profundiza las crisis existentes.
2. Políticas públicas orientadas al bienestar de la población: Otro principio que Blair destaca es que un líder debe definir políticas que respondan genuinamente a las necesidades del pueblo, incluso si estas no siempre son las más populares o convenientes para el gobierno.
3. No puede haber improvisación. Este enfoque implica priorizar el bienestar general sobre intereses personales o ideológicos. En contraste, muchos critican que el gobierno de Maduro responde más a objetivos políticos y de preservación del poder que a la verdadera resolución de las necesidades del pueblo venezolano, lo cual ha provocado un deterioro en la calidad de vida en áreas esenciales como la economía, la salud y la educación.
4. El líder deber ser preparado y estar acompañados por expertos El análisis de Blair sobre el liderazgo efectivo parece subrayar la importancia de tener líderes preparados, con formación, visión y un sentido de trascendencia. Su crítica implícita a los “políticos improvisados” resalta los riesgos de contar con líderes sin la preparación ni el compromiso necesarios para encarar los desafíos del siglo XXI.
La obra de Tony Blair subraya que el liderazgo auténtico no es solo una cuestión de ejercer poder, sino de tener una visión profunda del bienestar colectivo y de llevar a cabo transformaciones significativas en las estructuras del país. Un verdadero líder, en lugar de improvisar con declaraciones esporádicas o propuestas sin respaldo estructural, planifica con un sentido de propósito y establece una agenda de cambio que trasciende su mandato.
5. Una cosa es ser político y otra muy distinta es ser líder. Blair establece una clara distinción entre un líder y un político. Si bien todos los líderes pueden ser políticos, no todos los políticos son verdaderos líderes. La diferencia radica en el propósito y la capacidad de cada uno para transformar positivamente las instituciones, reformar y modernizar la burocracia, y guiar el sistema hacia una mayor eficiencia y servicio a la ciudadanía. En lugar de permitir que la burocracia obstaculice el desarrollo, un líder efectivo la reestructura y la orienta hacia el logro de objetivos estratégicos que beneficien a la sociedad en su conjunto.
6. Una cosa es prometer y divagar en campaña, y otra gobernar. En este sentido, Blair enfatiza que el verdadero liderazgo debe materializar sus promesas en acciones concretas que refuercen la democracia y que promuevan el progreso tangible. Las políticas públicas deben ser visibles en la vida cotidiana de la población, transformando la sociedad de manera medible y sostenible. Esto implica que un líder no debe perder el tiempo en promesas vacías, sino en impulsar cambios reales que conduzcan al desarrollo y al bienestar de todos los ciudadanos.
7. El verdadero líder transforma. Además, el verdadero liderazgo se centra en las transformaciones de largo plazo. Los líderes visionarios comprenden que los cambios profundos no se logran de la noche a la mañana; requieren planificación, compromiso y perseverancia. En lugar de actuar con una mentalidad cortoplacista, el líder trabaja para sentar las bases de una prosperidad duradera que pueda mantenerse en el tiempo.
8. El líder buscar la protección de todos los ciudadanos, el político improvisado solo da prebendas a sus leales. Blair sostiene que el objetivo fundamental del liderazgo es la seguridad y el bienestar del pueblo. Proteger y promover la seguridad nacional, ya sea en términos de estabilidad económica, justicia social o seguridad pública, debe ser el norte de toda estrategia de gobernanza. Este compromiso con la seguridad del pueblo se convierte en la razón de ser del líder, quien debe demostrar con acciones, y no solo con palabras, su dedicación a la protección y al progreso de la sociedad.
A la luz de estos principios, el estilo de liderazgo de Nicolás Maduro es percibido, tanto a nivel nacional como internacional, como contrario a este enfoque. La falta de una estrategia coherente, la respuesta improvisada a los problemas y la ausencia de transformaciones estructurales profundas contrastan con el perfil del líder que Blair describe: uno comprometido con la mejora real, constante y de largo plazo en beneficio de su país y su gente.
10. Un verdadero líder se somete al Estado democrático y de Derecho, y lo pisotea. Una prueba definitiva de la existencia de un verdadero liderazgo y de un Estado eficaz es la instauración de un Estado de derecho sólido, que se traduzca en seguridad jurídica, en un sistema judicial autónomo e independiente, y en la garantía de tutela judicial efectiva para todos los ciudadanos. Estos elementos son imprescindibles para atraer tanto la inversión nacional como la extranjera, ya que permiten a los inversionistas confiar en la estabilidad de sus operaciones, en la seguridad de su rentabilidad y en la protección de sus derechos, factores que son esenciales para un crecimiento económico sostenible.
En el caso de Venezuela, muchos analistas señalan la ausencia de un Estado de derecho funcional como una de las principales barreras para la inversión extranjera. Los inversionistas buscan entornos donde puedan confiar en que sus derechos serán respetados, que podrán recibir dividendos sin obstáculos arbitrarios, y que no estarán sujetos a cambios imprevisibles o intervención desmedida por parte del Estado. La estabilidad y continuidad en la aplicación de la ley son esenciales para que los proyectos de inversión puedan tener éxito a largo plazo.
Un verdadero líder, según los principios descritos por Blair, es aquel que promueve un sistema jurídico imparcial y robusto, donde la ley es aplicada sin discriminación y sin la interferencia de políticos improvisados o de funcionarios sin la preparación necesaria.
11. Un verdadero líder se hace acompañar con funcionarios con ética pública. La presencia de un equipo gubernamental competente y ético, con conocimientos profundos en sus respectivas áreas, es crucial para evitar que la inseguridad jurídica se convierta en un obstáculo para el desarrollo.
12. Un verdadero líder lucha con Adán contra la corrupción, no la utiliza como instrumento de gobierno. Además, un liderazgo genuino se caracteriza por su lucha activa contra la corrupción. Un líder comprometido establece mecanismos efectivos para reducirla y para garantizar que quienes ejercen funciones públicas actúen con integridad y moderación. Esto incluye la responsabilidad de sancionar a los involucrados en actos de corrupción de manera ejemplar, estableciendo un estándar ético alto tanto en su conducta pública como privada, para así construir una cultura de transparencia y responsabilidad.
El enfoque de Blair subraya que el compromiso con el Estado de derecho y la integridad en el gobierno no solo fortalece la democracia, sino que también crea las condiciones necesarias para el progreso económico y social. Sin una estructura jurídica estable y sin una lucha decidida contra la corrupción, un país queda atrapado en un ciclo de inestabilidad y desconfianza que desalienta la inversión y profundiza sus crisis. Para muchos venezolanos y observadores internacionales, la situación actual de Venezuela es un claro ejemplo de cómo la falta de liderazgo genuino y de compromiso con el Estado de derecho puede perjudicar gravemente a una nación y limitar sus posibilidades de prosperidad.
13. El verdadero líder no conduce la política internacional como guapetón o líder de un tren delictivo, es decir, con bravuconadas. La lectura del libro de Tony Blair deja en claro una serie de principios esenciales para el liderazgo en el siglo XXI, especialmente en el ámbito de la política internacional y la diplomacia. Blair destaca que un verdadero líder debe tener una visión estratégica de largo plazo y que sus decisiones deben estar guiadas por los intereses del país, no por deseos personales ni por el afán de preservar su poder. Este enfoque exige una diplomacia profesional y bien fundamentada, donde los actores involucrados posean un conocimiento profundo de los mecanismos internacionales, comprendan el papel de su país en un mundo globalizado y sepan actuar de manera coherente y calculada en escenarios complejos y multipolares.
En contraste, Nicolás Maduro parece alejarse de estos estándares, en tanto sus políticas internacionales suelen estar marcadas por decisiones reactivas y poco planificadas, frecuentemente alineadas a sus propios intereses y no necesariamente al bienestar nacional. Esto se evidencia en una diplomacia que, en lugar de ser un recurso para garantizar la estabilidad y seguridad del país, ha sido percibida como una herramienta para consolidar su permanencia en el poder, sin una estrategia definida ni una interacción constructiva con los actores clave en la arena internacional.
Blair señala que la diplomacia internacional no debe ser manejada por un político improvisado, sino por líderes y diplomáticos preparados que comprendan las complejidades de la geopolítica y puedan actuar de manera racional y equilibrada. En un contexto global marcado por la interdependencia y la necesidad de cooperación, una diplomacia inestable o basada en impulsos personales —con actitudes que puedan resultar hostiles o inconsistentes— pone en riesgo no solo la imagen del país, sino su seguridad y su capacidad para colaborar en un entorno multipolar. En este sentido, muchos cuestionan si el equipo diplomático de Venezuela tiene la solidez necesaria para representar y defender los intereses del país de manera eficaz y respetuosa.
Desde la perspectiva de Blair, la diplomacia debe servir a los intereses de la nación, promoviendo la estabilidad y el respeto internacional, no el mantenimiento de un líder en el poder. Esto implica que los responsables de la política exterior deben estar profundamente capacitados y comprometidos con el bienestar nacional y no con agendas individuales o políticas de corto plazo.
La obra de Blair también deja en claro la importancia de un liderazgo que, además de su visión de política exterior, sepa inspirar y organizar un equipo de gestión comprometido con los valores democráticos, el estado de derecho y el desarrollo económico. Según los principios que Blair describe, un líder debe tener un profundo conocimiento de la economía y de las necesidades cambiantes de un mundo en evolución constante. Sin embargo, muchos en Venezuela perciben que Maduro no cuenta con estas características y que carece de la formación, el carácter y el equipo necesario para enfrentar los desafíos de un país que necesita urgentemente reinstitucionalizarse, estabilizarse y abrirse al progreso.
Para mí como venezolana, madre y demócrata, queda claro que Nicolás Maduro no representa el tipo de liderazgo que Venezuela necesita para superar sus crisis. La carencia de un liderazgo estructurado, competente y visionario que, como Blair describe, sería capaz de crear un entorno jurídico estable, respetuoso del estado de derecho y de las normas internacionales, parece ser una de las principales causas del estancamiento y retroceso que enfrenta Venezuela.
Es una situación lamentable para un país lleno de potencial y con ciudadanos que anhelan un futuro próspero y seguro, pero que actualmente ven sus aspiraciones obstaculizadas por la falta de un líder auténtico que priorice el bienestar colectivo y la inserción positiva de Venezuela en el ámbito global.