En el estrado de la política y la tarima politiquera, existen los que dominan un talento peculiar: el arte de hablar pendejadas y anunciar sandeces. No se trata de simples deslices o equivocaciones. Es una destreza bien ensayada, casi un deporte olímpico. Individuos que tienen la asombrosa capacidad de usar las palabras para no decir nada, pero dejar la seducción de importancia transcendental.
Los avezados en el arte de la palabrería suelen adornar sus discursos con lenguaje ampuloso y ambiguo, repleto de eufemismos y circunlocuciones. En lugar de abordar los problemas reales que aquejan a la sociedad, se refugian en abstracciones vacías y promesas pomposas que nunca se concretan. Un espectáculo cada vez más frecuente, el de politiqueros que, con habilidad, transforman lo evidente en oscuro, lo complejo en confuso y lo sencillo en impenetrable, generando una cortina de humo que oculta la carencia de ideas claras y propuestas, que lejos de fomentar el debate y la participación ciudadana, provoca apatía y desconfianza en las instituciones.
El vocinglero de pendejadas es maestro en disfrazar trivialidades con términos rimbombantes. Puede expresar que “impulsará un cambio estructural para la optimización holística de los recursos públicos”, cuando en realidad propone cambiar la máquina del café. Pero lo indica con tal solemnidad que recibe aplausos, aunque no tenga idea de lo que quiso señalar.
Un rasgo distintivo, es la pericia para saltar entre temas sin solución de continuidad. Un minuto habla de inflación y al siguiente, explican cómo su gato aprendió a usar la caja de arena, como si fuera clave para la política monetaria. Lo curioso es que logran hilar ideas con seriedad que raya en lo artístico. Emplean lenguaje ostentoso, evasivo, atiborrado de insinuaciones y ahíto de generalización, el arte de hablar mucho para decir poco, de prometer el cielo y entregar migajas
Los lenguaraces de banalidades también son expertos en la evasión. Al preguntar algo de “¿cómo se logra reducir la deuda pública?”, te regalan una danza verbal digna de una ópera. Hablarán de sueños, valores, unidad nacional y hasta del orgullo de la selección de fútbol, pero no tocarán la respuesta ni con el pétalo de rosa. Espectáculo vergonzoso de alto costo y entradas numeradas.
Sin duda, algo de magia, logran que, durante minutos, se olviden las penurias de no haber resuelto nada. Incluso consiguen que riamos, tal vez porque ellos tampoco se toman en serio lo que dicen. Y quizás ahí está la clave: en un mundo lleno de problemas reales, un poco de pendejadas puede ser justo lo que se necesita para aligerar el día.
En algún rincón del mundo, se presenta el ascenso de una tragicomedia política de proporciones épicas. Lugar de verbo inflado y ofrecimientos huecos convertidos en moneda corriente, mientras que, contrariedades reales crecen como maleza infernal. La inflación dejó de ser un concepto abstracto para convertirse en monstruo cotidiano, devorando ahorros y reduciendo aspiraciones a la mera supervivencia. Allí, largas filas, no son para conciertos ni eventos deportivos, sino para conseguir lo básico. El discurso oficial insiste en que todo “esta chévere”, mientras el ciudadano busca alternativas desesperadas, incluso más allá de sus fronteras. Un escenario donde la retórica supera la realidad, y las pendejadas, son mecanismo de distracción masiva.
Sin olvidar que detrás de toda burla hay una verdad. Mientras celebramos ocurrencias, recordemos que, en algún momento, hablar pendejadas debe dar paso a dialogar soluciones. Porque, aunque gracioso, el país no se arregla solo.
La proliferación de discursos vacíos erosiona la confianza y fomenta una cultura de indiferencia. Cuando las palabras se desvinculan de la realidad, la ciudadanía se despolitiza y se siente apática. Ante la avalancha de ofertas incumplidas y discursos grandilocuentes, optan por desconectarse de la vida pública, delegando sus decisiones y abandonando cualquier esperanza de cambio. Es imperativo recuperar un espacio para el debate serio, responsable y constructivo, donde las ideas se confronten con argumentos sólidos y las propuestas se evalúen en función de su impacto en la vida de las personas.
Así que, habladores profesionales de pendejadas, apártense, váyanse al carajo, dejen de proferir incoherencias, la política precisa sustancia y los ciudadanos lo exigen.
@ArmandoMartini