Hace poco se celebraron otras elecciones presidenciales en otro país, que fueron sorprendentes y que tuvieron consecuencias que aún persisten. No sé si usted siguió el proceso con mucha atención. Yo no.
El presidente Nicolás Maduro se presentaba a la reelección en Venezuela en julio. Había mucho en juego en estas elecciones. Su economía está en ruinas, en parte debido a las políticas de Maduro, pero agravada por las sanciones estadounidenses. Millones de personas han abandonado el país. Una de cada cinco personas ha emigrado.
Además, durante el mandato de Maduro como presidente, se ha producido un aumento de la vigilancia y la represión por parte del gobierno, detenciones arbitrarias de opositores o presuntos opositores al gobierno, arrestos o asesinatos por parte de las fuerzas de seguridad durante las protestas, según Naciones Unidas y grupos de derechos humanos.
Pero cada seis años en Venezuela hay elecciones presidenciales y el país tiene una oposición política real y la forma en que se llevan a cabo las elecciones en Venezuela cuenta con todo tipo de salvaguardas contra el fraude electoral.
Se trata de un sistema que puso en marcha el presidente socialista Hugo Chávez, porque no quería que hubiera ni una sombra de duda. Quería demostrar al mundo y a sus oponentes que realmente había obtenido la mayoría de los votos en todas las ocasiones. Jimmy Carter, cuyo Centro Carter observa elecciones en todo el mundo, dijo una vez que, de las docenas de elecciones que habían supervisado, el sistema electoral de Venezuela era, cito textualmente, “el mejor del mundo”.
Y este año, eso se puso a prueba, cuando este gobierno brutal fue a las urnas con la posibilidad muy real de perder el poder. Y lo que se desarrolló en la práctica fue un gran drama nacional en miles de centros de votación. De verdad, cuando se escuchan los detalles, es notable lo que hizo la gente, esperando una elección justa.
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