Cientos de líderes religiosos, estudiantes, activistas, disidentes y periodistas nicaragüenses viven dispersos por el mundo como “apátridas”, después de que el gobierno del presidente Daniel Ortega les despojara de su ciudadanía como represalia por su resistencia. La vida de Sergio Mena se desmoronó en cuestión de horas.
Tras años de resistencia contra el presidente Daniel Ortega, el activista rural huyó de Nicaragua en 2018, uniéndose a miles de manifestantes que escapaban de una represión prolongada contra la disidencia.
Mena regresó del exilio en la vecina Costa Rica en 2021 para seguir protestando, solo para ser arrojado a una prisión donde, según dijo, los carceleros colgaron a los prisioneros de los pies y les aplicaron descargas eléctricas.
“Nos torturaban todo el tiempo, física y psicológicamente, desde el momento en que llegamos hasta el último día,” dijo Mena, de 40 años. Ahora en el exilio en Guatemala, Mena puede estar fuera de la prisión, pero está lejos de ser libre. Al ser liberados, él y cientos de líderes religiosos, estudiantes, activistas, disidentes y periodistas fueron declarados “apátridas”, despojados de su ciudadanía, sus hogares y sus pensiones gubernamentales.
Las Naciones Unidas señalan que forman parte de los 4,4 millones de personas apátridas en el mundo que enfrentan dificultades para encontrar empleo, educación, atención médica, abrir cuentas bancarias o incluso casarse, sin documentos de identidad válidos.
“La apatridia es tortura,” dijo Karina Ambartsoumian-Clough, directora ejecutiva de United Stateless, una organización con sede en Estados Unidos que aboga por los apátridas. “Simplemente dejas de existir legalmente, aunque estés aquí físicamente como ser humano.”
Libres, pero no del todo:
En septiembre, el gobierno de Ortega subió a Mena y a otros 134 prisioneros a un vuelo que los llevó a Guatemala. Se unieron a otros 317, considerados adversarios por el gobierno, a quienes ya no se les reconocen identidades legales nicaragüenses.
Associated Press entrevistó a más de 24 exiliados nicaragüenses a quienes les fue retirada su ciudadanía y que están tratando de encontrar un camino a seguir. Están dispersos por Estados Unidos, Guatemala, Costa Rica, México y España, viviendo en un limbo mientras intentan recuperarse de traumas físicos y psicológicos, prolongando la tortura que muchos padecieron en Nicaragua.