La política requiere de continuidades, de experiencias crecientes y acumuladas, de lecciones, y, aunque no es infalible, la historia le resulta una disciplina indispensable. Incluso, hay dirigentes que alcanzan una erudición, profundidad y originalidad importante al indagar sobre los grandes precedentes, por no señalar a aquellos que recogen todo su talento intelectual en sus memorias, pues la modestia y la honestidad llega tan lejos que no se consideran historiadores, que de un modo u otro, lo son. Desde muy joven, Rómulo Betancourt se ufanaba de haber leído los 14 tomos de la Historia Contemporánea de Venezuela de Francisco González Guinand, lo más logrado por aquellos años. La vocación radical del guatireño fue la política y el esfuerzo por la liberación del país que logró consumar, pero no fue un historiador a tiempo completo, de oficio y método, de profesión y talante, porque gustaba de la acción y de la materialización de los grandes sueños y valores venezolanistas. Esa es una de nuestras grandes herencias históricas: saber de dónde venimos para conocer hacia dónde vamos, porque hay otros pueblos que necesitan inventarse una identidad y una épica.
El que yo sea ingeniero, luchador de la causas sociales y político, no impide que conozca y sepa de la historia de mi país, siendo capaz de renovar mi compromiso y brega por la libertad y la democracia. Por ello, no sólo me sentí a gusto en el acto de incorporación como individuo de número del Dr. José Alberto Olivar, a quien tuve el privilegio de conocer, sino que me identifiqué con su discurso: está en la raíz misma de nuestra nacionalidad, la angustia y la reflexión que bien la ejemplificó Rafael Fernando Seijas en su libro El Presidente (1891), ocurriendo igual con el discurso de contestación del Dr. Edgardo Mondolfi. Ambos muestran una inmensa lección a los “políticos digitales”, que agotan sus mejores esfuerzos en exponer una megalomanía lógicamente enfermiza y obvian los temas más trascendentales, los planteamientos más urgentes, los dramas más agudos a favor de una versión Disney de la crisis y de la vida política que nos acogota a todos los venezolanos. Sin embargo, otros simplemente se quejan de nuestros problemas y dificultades, ignorando que siempre las tuvimos, y muy terribles, por cierto. De éstas aprendimos siempre, pero ahora parecen agigantarse porque desconocen olímpicamente nuestra historia.
De las “arenas movedizas de la política” y las “claves para salir del laberinto”, como refiere el Dr. Olivar a propósito de Seijas, venimos los venezolanos, está en nuestro ADN, nos hicimos republicanos e independientes, por lo que al líder político no debe sorprenderle y si se sorprende, es porque no tiene las características necesarias que conlleva el liderazgo. A contracorriente de aquella muy circunstancial mayoría que favoreció a Hugo Chávez, fueron las corrientes políticas más consecuentes, y convincentemente democráticas, las que advirtieron de las amenazas, los riesgos y los peligros que vendrían, pero los precursores de esta antipolítica que ha llegado a la era digital, nos atormentan, trumpista como pudieron ser kamalista, le hicieron creer a todo el mundo en la maldad infinita del puntofijismo y observen ustedes lo que pasó. Hoy hacen de una burda táctica de imitación de las viejas protestas europeas, la pieza magistral de una estrategia inexistente. Si es que alguna vez estos analfabetas de la vida y la vitalidad política real supieron algo de la historia que se les ha convertido en arena movediza, se debe a los tips, tristemente oportunos, de la propaganda oficial, e, incluso, a los divulgadores que generalizan, exageran y distorsionan la historia. fre
A pesar de ello, al tratar con historiadores académicamente solventes, inquietos, con líneas especializadas de investigación, laboriosos, como el Dr. Olivar, o en su momento Ramón J Velázquez o Simón Alberto Consalvi, descubrimos aquellas arenas movedizas que nos trajeron a los actuales momentos en el campo político e histórico. Por ello la historia nos permite encontrar experiencias relevantes de resolución de conflictos en el contexto actual que vive y padece el venezolano. Este descubrimiento nos permitirá transformar el propio conflicto para que llegue a ser generador de capacidades constructivas de cambio, sean sociales o políticas, y retomemos el tan añorado camino democrático.