Bashar al Assad era un joven oftalmólogo asentado en Londres hasta que, en 1994, la trágica muerte de su hermano mayor cambió su destino pasando a convertirse, de mala gana, en el sucesor de su padre en la extraña dinastía árabe. Desde 1992, trabajaba en el Western Eye Hospital de Londres, especializándose en el tratamiento del glaucoma y vivía bajo otro nombre en el anonimato, sin escolta y como un ciudadano más.
Por larazon.es
Cuando el maquiavélico padre murió, en 2000, Bashar se proclamó presidente de Siria. Fue para el país un rayo de esperanza frente al régimen dictatorial de su padre. Su imagen larguirucha, relajada y tímida contrastaba con la personalidad de su antecesor. Su sonrisa bajo su bigote perfectamente recortado no sugería amenaza. Se comportaba de manera cortés y educada. Pero la modernidad no fue más que un espejismo, a pesar de que reconoció la necesidad de introducir mejoras y nuevas estrategias.
El 31 de diciembre de ese mismo año, se casó con Asma Fawaz Al Ajras, pero, dadas las suspacias que despertaba la unión, los esponsales no se hicieron públicos hasta pasados unos días. Esta joven economista de 25 años se había formado en el King’s College y era hija de profesionales liberales. Su padre era un pudiente cardiólogo que pasaba consulta en la capital británica y su madre una diplomática destacada en la Embajada de Siria. La pareja se conoció en el Western Eye Hospital y enseguida prendió el amor.
Doce meses después de la boda nació el primer hijo, al que llamaron Hafez en recuerdo del abuelo. La familia aumentó con la llegada de Zein (2003) y Karim (2004). Con su estilo elegante y jovial y su desenvoltura en los ambientes elitistas europeos, la esposa de Bashar acentuaba el señuelo de esa modernidad tan anhelada en el país. De cara al exterior, su imagen como primera dama fue ganando relevancia y marcó su propia ruta promoviendo iniciativas oficiales tendentes a aliviar la pobreza y a mejorar la posición de la mujer.
Después de trece años de la guerra civil que ha asolado el país, hoy todas las miradas apuntan hacia esta pareja. Tras un fulminante avance, en la madrugada del domingo los rebeldes de Siria llegaron hasta Damasco, declarando la capital libre del régimen de Bashar Al Assad. A las pocas horas, el dirigente y su familia emprendió la huida. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, la familia había abandonado el país en un avión «especial».
A Bashar el mandato le llegó por imposición paterna que acabó acatando de buena gana, pero para su brillante esposa Asma, a punto de cumplir 50 años, este era el destino menos imaginable. Ni en sus sueños más extravagantes aquella estudiante de buena familia que llegaba a la excelencia en el King’s College de Londres se habría figurado una huida con nocturnidad.
Licenciada en Informática y en Literatura Francesa, comenzó a trabajar en el Deutsche Bank hasta JP Morgan en la sede de Nueva York. El amor le hizo dar un giro a su trayectoria vital, si bien en su posición de primera dama encontró la manera de convertirse en la mejor embajadora del país combinando con exquisitez y orgullo su doble idiosincrasia árabe y británica.
Moderna, estilosa y vestida de Chanel u otras marcas de lujo, la prensa occidental se rindió a sus encantos. Era la nueva Rania de Jordania. Pero “La Rosa del Desierto”, como la llamó la revista “Vogue”, resultó ser cómplice de la mano de hierro con la que ha gobernado su marido. Y de “Rosa del Desierto” pasó a “primera dama del infierno”. En 2018 sufrió un cáncer de mama del que se recuperó después de un largo tratamiento y en 2024 fue diagnosticada de una leucemia mieloide aguda, un cáncer agresivo que afecta a la médula ósea y la sangre. En estos años de muerte y destrucción, nunca ha dado un signo de arrepentimiento. A pesar de todo, es digna de lástima.