Marcel Proust utilizó, en su hermoso clásico En busca del tiempo perdido, dos tiempos a lo largo de sus casi 3.000 páginas, de despliegue de insuperable, encadenada y bella prosa, el tiempo perdido y el tiempo recobrado: el primero, donde nace, vive, existe, consume, disfruta, gana y pierde, al final es perdido porque lo gasta y envejece; el segundo, donde recupera las huellas, las consecuencias, los extravíos, los desamores, las frustraciones y las confirmaciones de bellezas del alma, porque el cuerpo anuncia su finitud; al final es bella evocación que recupera lo bueno y lo malo de nuestros tristes y felices días, y nos da una lección maestra del género novelístico jamás vista en la literatura universal.
Pero hay algo tan bellamente disimulado en las primeras páginas de Por el camino de Swan, un tiempo del que no habla Marcel, pero que define con tal fascinación en lo que yo he llamado el otro tiempo, que es la antesala del que vamos a perder, la ilusión del que vamos a recobrar y el impulso vital del que nos conduce al final: el tiempo esperado, el que contiene la esencia del entusiasmo de vivir y en consecuencia la esperanza humana de eternidad.
Lo esperado como ilusión de armonía
La Navidad no es una fecha en el calendario. Es un sentimiento en el corazón. Toni Sorenson
Muchas noches he estado acostándome temprano. A veces, apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan pronto, que ni tiempo tenía para decirme ‘‘ya me duermo’’. Y media hora después despertábame la idea de que ya iba a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se me figuraba entre las manos, y apagar de un soplo la luz… Me preguntaba qué hora sería; oía el silbar de los trenes que, más o menos en la lejanía y señalando las distancias, como el canto de un pájaro en el bosque, me describía la extensión de los campos desiertos por donde un viandante marcha de prisa hacia la estación cercana; y el caminito que recorre se va a grabar en su recuerdo por la excitación que le dan los lugares nuevos, los actos desusados, la charla reciente, los adioses de la despedida que le acompañan aun en el silencio de la noche, y la dulzura próxima del retorno.
Apoyaba blandamente mis mejillas en las hermosas mejillas de la almohada, tan llenas y tan frescas, que son como las mejillas mismas de nuestra niñez. Encendía una cerilla para mirar el reloj. Pronto serían las doce.
Ha podido ser la espera de un nuevo día para ver a alguien amado, su madre, su novia, su amigo o el regalo que encarna la bendición del niño que nacerá en Belén. Es el tiempo esperado, que hace de las fiestas navideñas espacio para disfrutar del amor, de la amistad, de la solidaridad, de la fraternidad, de la vida, la paz y sobre todo y particularmente, de la esperanza.
Época de vigilia encantada que transmite la emoción inteligente de un tiempo esperado que anuncia la consagración y unidad de la Sagrada Familia a través del nacimiento de Jesús, el Salvador, y hace belleza el origen del cristianismo. Encarnación del arquitecto del mundo cristiano. Nace el niño, nace el sueño, nace una llama de civilización, nace una cultura y una fe de vida, simbolizado en un ingeniero de silencios y perdones, en un profeta de múltiples vocaciones que a fuerza de amor al prójimo conjuga su voluntad en grandes acordes de música que tocan los ángeles del cosmos, exhaustos, pero dispuestos a esperar el despertar bondadoso de nuevos actores que no desfiguren los sentimientos, que los suelten cual bandada de pájaros que representan un gran número de bailarines experimentadores de nuevos movimientos en un escenario que está por aparecer entre sueños, creencias y convicciones, de seres humanos que desean gratos acomodos en las cunas, salud en y de la Tierra, menos desencuentros con la naturaleza y mayor atención al deshielo de los polos.
Pagano era todo antes del cristianismo
Mi idea de Navidad, ya sea anticuada o moderna, es muy sencilla: amar a los demás. Bob Hope
El origen de la Navidad no es para nada cristiano y es verdad no lo era, como dice Chesterton, pero esto le suma más humanidad y aprendizajes pasados a la fiesta. La primera vez que pudimos oír hablar de Navidades –celebradas el 25 de diciembre tal y como las conocemos hoy– surgió casi dos siglos después del nacimiento de Cristo, por lo que mucho después de su nacimiento, las Navidades se seguían celebrando en torno a la figura de Saturno.
Los romanos celebraban los saturnales romanos, que no era otra cosa que una fiesta que representaba el solsticio de invierno y honraba al dios Saturno. Durante estas celebraciones, los romanos alegres se desbordaban en el disfrute de placeres y los primeros cristianos, por esa causa, se oponían a estos festejos. Por esa razón, se afirma que la Navidad nació para sustituir las fiestas de Saturno, rey del sol. Cuando el cristianismo se impuso en todo el Imperio Romano, el rey Justiniano decretó la Navidad como una fiesta cívica, aunque en la Edad Media los días navideños volvieron a convertirse en días para beber y estar en juerga día y noche.
Según puede leerse en las escrituras, por las descripciones que nos dan de aquel día, no es posible que Cristo naciera el 25 de diciembre. La razón es que los judíos enviaban a sus ovejas al desierto y estas volvían cuando llegaban las primeras lluvias cerca de la Pascua, que comenzaban durante el otoño. Cuando Jesús nació, las ovejas pastaban al aire libre por lo que todavía no había llegado octubre, por lo que es muy difícil ubicar el advenimiento de Jesús el 25 de diciembre y esto ha tenido que ser a finales de septiembre o a principios de octubre.
El 25 de diciembre no fue elegido para la Navidad porque fuese el nacimiento de Jesús, sino por decisiones tomadas por los altos mandos de la Iglesia católica de los siglos III y IV. Entre ellas, se considera la más determinante la noción del Papa Julio I, en 350, para establecerla el 25 de diciembre, por razones más políticas prácticas que religiosas, simplemente fundirla con las fiestas saturnales y enterrar aquellas para siempre.
En otras palabras, la luz solar que inspiraba a las fiestas saturnales en el imperio romano, es transformada en el sol invicto: la luz divina que ilumina el mundo tras el nacimiento de Cristo. El papa Liberio así lo confirmará cuatro años después, en 354.
La Navidad, según Chesterton
La navidad se basa en una hermosa e intencionada paradoja: que el nacimiento del desamparado se celebra en todos los hogares. G.H Chesterton
Considerado uno de los polemistas más audaces y brillantes de la modernidad, de quien Jorge Luis Borges ha dicho: no hay una sola página escrita por Chesterton que no nos proporcione felicidad, sostiene que no es extraño que quienes entienden el cristianismo como la combinación del optimismo ateo de un americano con el pacifismo de un hinduismo amable, vivan el espíritu de la Navidad como si fuera esparcir acebo y muérdago por lugares donde, si algo no hay, es el verdadero espíritu de la Navidad, o identifique ese espíritu con la desbordante y fastidiosa publicidad y la bulliciosa parranda que se forma en todas las ciudades del Occidente cristiano.
Quien se siente de verdad cristiano, si pretende ser original, nunca deberá olvidar, si lo es de alma, la vuelta a los orígenes, recordar una verdad innegable: la Navidad es un gracias a la vida, que celebra una fiesta familiar, y su razón era y sigue siendo de índole religiosa, que nos recuerda la familia feliz a la que los buenos cristianos en el mundo reconocemos como Sagrada Familia.
Para Chesterton, ninguna leyenda pagana, anécdota filosófica o hecho histórico nos afecta en la fuerza peculiar y conmovedora que se produce en nosotros ante la palabra Belén. Ningún nacimiento de un dios o infancia de un sabio es para nosotros Navidad o algo parecido a la Navidad; es demasiado frío o demasiado frívolo, o demasiado formal y clásico, o demasiado simple y salvaje, o demasiado oculto y complicado. Con la Navidad sentimos como algo que nos sorprende desde atrás, de la parte íntima y oculta de nuestro ser, como si encontráramos algo en el fondo de nuestro propio corazón que nos atrae hacia el bien, como un momento de debilitamiento que, de una forma extraña, se convierte en fortalecimiento y descanso.
Nunca en toda mi vida –no importando las circunstancias adversas o felices– he dejado de sentir en la fecha que se acerca la Navidad, su espíritu, que me abraza con un extraño sentimiento de ternura y me hace olvidar todos mis dolores de alma y cualquier prejuicio que pueda tener con un semejante. Siéntome devorado por la simpatía y el amor de los otros, de todos mis amigos y conocidos y especialmente por el caluroso y vivo amor de mis padres y hermanos, aun no estando algunos de ellos físicamente, pero siempre a mi lado como la continuación de sombras que se divierten jugando al escondido.
Es una memoria en honor a la Sagrada Familia que celebra con los ángeles la llegada del niño, para que intentemos simplemente ser mejores y bondadosos seres humanos con el entorno y todo lo que representa. El mundo conoce la historia de Herodes y la matanza de los inocentes, pero no todos los que se hacen llamar cristianos en el presente, suelen asociar ese suceso con la manera en que el demonio celebró la primera Navidad y la llegada de Jesús.
Puede parecer simple, pero es más complejo, y hoy tenemos que recobrar esa fuerza en la fe y transformarla en muchos guerreros y nuevos pensadores para enfrentar a los nuevos demonios que asechan a la humanidad: las tiranías, el sadismo, la guerra, la violencia, las agresiones al ambiente, la construcción de nuevas armas de destrucción masiva, la maldad y el horror de los procederes inhumanos, terroríficos y crueles en la política.
Para Chesterton, la Navidad no es un acontecimiento simple cuya conmemoración sirve a intereses pacifistas o festivos. No se trata de una conferencia hindú en torno a la paz o de una celebración invernal escandinava. Hay algo en ella desafiante, algo que hace que las bruscas campanas de la medianoche suenen como los cañones de una batalla que acaba de ganarse. Todo ese elemento indescriptible que llamamos la atmósfera de la Navidad se encuentra suspendido en el aire, como una especie de fragancia persistente o como el humo de la explosión exultante de aquella hora singular en las montañas de Judea hace más de dos mil años.
La celebración de la Navidad
Esta es una época para las reuniones amistosas. En navidad todo el mundo invita a sus amigos, y la gente piensa poco incluso en la peor época. No hay nada más agradable. Jane Austen.
El autor del célebre padre Brown insistió durante casi toda su vida en la sacralización de todas las cosas a partir de la Encarnación de Cristo. Esta reflexión, según sus estudiosos, es base de su pensamiento en todos los campos y también en su filosofía social y política, como lo testimonia en su biografía de Santo Tomas de Aquino: la encarnación se ha vuelto la idea central de nuestra civilización.
A partir de este concepto, como un hecho real histórico, se sucede por lógica la sacralización de la realidad. Dios se hace hombre, entra en nuestro mundo y lo deifica. La creación, y especialmente el ser humano, quedarán redimensionados, y es precisamente cuando este principio sacramental trata sobre la persona humana cuando se logra el misterio cristiano central. Chesterton no se reconoce en el ser humano por razones altruistas sino porque lo considera signo sacramental, el Dios encarnado.
En el caso de la Navidad esta tradición –democracia de los muertos, como bien la llamaba Chesterton– tiene muchas manifestaciones familiares desde sus inicios y otras se le han agregado con el paso de los siglos, quizás más que otras fiestas, celebraciones o rituales cristianos. La tradición medieval de Belén, el árbol de Navidad, los múltiples adornos que plenan las calles y las casas, la cena de Nochebuena con la familia y sobre todo la tradición de los regalos, encuentran su sentido en el hecho mismo de la Encarnación.
Es quizás el intercambio de regalos entre familiares, amigos y conocidos, el que guarda más relevancia, más misterio, mayor encanto y fuerza amorosa, particularmente los regalos que por sorpresa se hacen a los niños. Lo más valorado del regalo es lo esperado, y todas las expectativas que se crean sobre el qué será, en torno al lindo paquete sugestivamente envuelto en papeles de iluminados colores. Todo un mundo de ilusiones cabalga en ese instante sagrado que encarna el amor de Dios. Ese amor se corona en lo más lujoso y costoso y también en lo más modesto y barato, porque ahí está la doble reflexión del genio de Dios, que sí nos hace iguales ante sus ojos. El amor –Dios– se encarna y llena de sentido, dignidad y belleza la naturaleza humana.
Esa presencia de Dios hace que nuestra existencia sea grata, dichosa, jubilosa, pues celebramos su encarnación en la Tierra en el niño que ha nacido, en la familia que se fortalece, por eso sentimos que los amamos más, por eso cuidamos nuestro lenguaje en los sitios públicos para no herir a otros, ponemos a prueba nuestra gentileza y bondad con los desvalidos, con los que nada tienen, porque Dios está de visita para recordarnos algunos de los principios que nunca debemos olvidar: Amarás a Dios por sobre todas las cosas. Honrarás a tu padre y a tu madre. No robarás. No matarás. No levantarás falsos testimonios. No codiciarás la mujer del prójimo, ni sus bienes…
El día de San Nicolás para repartir regalos a los niños, a los desposeídos y a los desventurados, se celebraba los días 6 de diciembre, día de su fallecimiento, pero la Iglesia decidió que, estando en el mismo mes de celebración de la Navidad, se fundiera en un solo festejo y se convirtiera en el símbolo que transporta los regalos a los niños. San Nicolás es el patrón de los niños, marineros, arqueros, ladrones arrepentidos, cerveceros, prestamistas, solteros y estudiantes en algunas ciudades. Su reputación evolucionó entre los piadosos, como era habitual en los primeros santos cristianos, y su legendario hábito de hacer regalos en secreto dio origen al modelo tradicional de Santa Claus (San Nicolás).
El cuento de Dickens
Si más de nosotros valoráramos la comida, la alegría y la canción por encima del oro atesorado sería un mundo feliz. J.R.R Tolkien
Es cierto que Charles Dickens no inventó la Navidad, pero le devolvió un poco del impulso a la tradición que estaba menguada. Le compuso una nueva música y le dio la vigencia que había perdido entre los seres humanos creyentes y las clases económicas de más recursos, al unir a la familia de todos los estratos con un Cuento de navidad, en una época donde las diferencias sociales, debido a la industrialización en auge y la concentración de la riqueza, se hacían más evidentes en la Inglaterra victoriana.
Dickens redescubrió la Nochebuena cuando escribió un Cuento de Navidad, en 1843. En la Europa del siglo XIX, la Navidad era una fiesta incómoda que interrumpía el ritmo de trabajo. Entre la población rural se mantenían las costumbres paganas de celebrar el solsticio de invierno con largas fiestas que duraban 12 días y eso era demasiado tiempo de ocio en momentos en que se sobrevaloraba el trabajo y el ahorro. Así que se eliminaron esos doce días y se convirtieron en tres 24, 25 y 26. Se agregó el 26 para que la servidumbre recibiera una caja de sobras para compartir con sus familias. Ese día se conoce como el Boxing Day.
En el caso de los estadounidenses, tras la independencia de las colonias británicas, las Navidades fueron consideradas fiestas del enemigo inglés que solo conducían a la juerga y al sin sentido. Entre unos y otros, la Navidad se había convertido en una tradición sin relevancia.
Cuento de Navidad es la crítica endurecida y ética de Dickens, luego de la observación de las injusticias que observó en un viaje a Manchester, donde fue testigo de las penurias y el abandono que padecía la clase trabajadora. Y el emblema de ese maltrato será Ebenezer Scrooge, un miserable deshumanizado y patán incapaz de sentir los padecimientos del prójimo.
Sin aspirar a hacerlo, creó el espíritu de la Navidad, simplemente como contraparte a los patrones insensibles de la sociedad victoriana que habían privado a los ciudadanos de su parte más sensible. El éxito del cuento tuvo un fuerte impacto, aunque el autor no recibiera mayores beneficios económicos. Gracias a él, el pavo sustituyó al ganso, la Nochebuena y la Navidad significan buena voluntad, reunión jubilosa en familia, y se popularizó entre las clases medias el árbol que había introducido Alberto, el esposo de la Reina Victoria.
Dickens empatizó con millones de ciudadanos en el mundo que, como él, recordaban con nostalgia una Navidad sencilla, lejos del duro trabajo de las fábricas, de los trenes a vapor, la contaminación y el hacinamiento. Hay quienes sostienen que Dickens marcó tanto la celebración de la Navidad con su cuento, que una vecina suya preguntó cuando murió el 9 de junio de 1870, ¿significa que también ha muerto Papá Noel?
Conclusión
Honraré la Navidad en mi corazón y tratare conservarla todo el año. Charles Dickens
Debo confesar que los días de Nochebuena y Navidad me han deparado desde muy niño los momentos más dichosos, afortunados y felices de mi vida. No solo porque he celebrado a cada uno de mis seres queridos como si fueran ángeles en lugar de humanos, sino también porque jamás cambiaré el más grande de los tesoros que me ofrezcan por el delicioso misterio que simbólicamente representa la espera de la mañana que sigue a la Nochebuena, y el desempaque de los regalos que dejaba Santa Claus.
La gente tiene miedo a la tradición y a vivirla intensamente. A veces le comento a algunos amigos que no me siento para nada un maracucho convencional, pero daría buena parte de mí vida por participar de aquellos tiempos en que en Santa Lucia y el Saladillo –los dos barrios más tradicionales del centro de Maracaibo, en Venezuela, en días festivos, en honor a la Patrona-, un maracaibero sacaba la bandera por una ventana, en señal de que aquí es la fiesta, y todos, viejos, niños y adultos salían con sus instrumentos a celebrar hasta el amanecer.
Son días hermosos, de sol radiante y de noches más estrelladas, en que el espíritu de la Navidad con su ternura nos envuelve, tiempos de espera silenciosa y amable, de esperanza, de advenimiento. Feliz Navidad y próspero año nuevo.