La igualdad es un principio recogido en la Constitución Nacional y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos; no solo se eliminan los títulos nobiliarios hereditarios sino que también se impone una única condición para los titulares de derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales: ser ciudadano o ciudadana. Esto tiene un significado trascendental, todos los venezolanos son considerados jurídicamente iguales ante la ley. Ahora bien, ¿en realidad somos iguales? ¿qué tan iguales? ¿Con qué se come la igualdad?.
Es evidente que no basta con reconocer la igualdad en las leyes para que seamos auténticamente iguales en la vida cotidiana. En Venezuela, pocos tienen mucho y muchos, la absoluta mayoría, no tienen nada. Y eso poco tiene que ver con el talento, la inteligencia o el esfuerzo, al contrario, se basa en la pertenencia o no a una red clientelar de un partido político, en el origen étnico de las personas, en la familia de dónde vienes, en la orientación sexual y en la religión que se práctica, o si se es hombre o mujer. Eso pasa porque el clasismo, el racismo, la homofobia y los estereotipos de género persisten incluso en la mente de quienes están facultados para hacer cumplir las leyes.
La ley y la constitución nos hablan de la igualdad, de la equidad, de la justicia social y la no discriminación, pero en Venezuela, en la práctica social, existe el “techo de cristal” que provoca que solo el 11% de los funcionarios electos sean mujeres, además, por mencionar solo un ejemplo, la salud y la educación se han convertido en un privilegio de las personas con mayores ingresos. La distancia entre la letra de la constitución y el hecho de la desigualdad y la discriminación en Venezuela es tan evidente que tiene como efecto funesto la normalización de la desigualdad. Es decir, la ciudadanía empieza a creer que es normal que exista sexo transaccional para poder acceder a alimentos y hasta se le da una connotación romántica llamándola, en algunos casos, tener un Sugar Daddy.
Se asume erróneamente como normal que la gente pobre tenga una pobre escuela y, por tanto, tenga pobres oportunidades en la vida y sus hijos y nietos hereden esa misma pobreza, y después, cuando esa pobreza nos explota en la cara manifestándose en fenómenos como la crisis migratoria, la violencia, la criminalidad y el estancamiento económico, los privilegiados de siempre, los que cómodamente se instalan, con o sin mérito, en el vértice superior de nuestra pirámide socioeconómica, sólo pueden balbucear: “es que la gente es pobre porque quiere” o “es que la gente quiere todo gratis”. Con esas frases sueltas terminan por demostrar lo que antes de abrir la boca era solo una sospecha: las élites que esclavizan y explotan al resto de los venezolanos, imponiendo sus estándares clasistas, sexistas, estéticos y homofóbicos, desconociendo la constitución y legalidad internacional, no conservan sus privilegios por demostrar inteligencia, trabajo duro o talento, nada que ver, lo hace a través de la violencia institucionalizada y el miedo aprendido de las masas.
Julio Castellanos / [email protected] / @rockypolitica