Dijimos en 2019, que ¡solo con esperanza se mantiene la vida, y la esperanza no es un mito, es una realidad, si pudiéramos decirlo, la única realidad que nos hace vivir!, también dijimos como exhorto, que con frecuencia y en apoyo a esa realidad repetimos: ¡amanecerá y veremos!, ya que no solo queremos amanecer, que es el signo de esa esperanza de vivir, sino que nos auspiciamos el mayor signo de esperanza, ¡ver ese vivir como fruto de la vida!
En los actos cristianos existe el pensar que la celebración de la Navidad es la mejor forma de agradecer al Dios de los cielos por permitirnos disfrutar de la vida, es un tiempo maravilloso en el que se respira generosidad, humildad, gratitud, solidaridad, reconciliación, paz, amor; donde el nacimiento del Niño Jesús es motivo de festividad, y su enseñanza cobra vida en la humanidad.
Durante esta época estamos llamados a vivir los valores que sobresalen en la tradición navideña. Es un momento para reconciliarnos con nosotros mismos; con esa esperanza de que tendremos el valor para afrontar los avatares y también el de enfrentarlos con dignidad e inteligencia.
Hay quienes piensan que es momento de parsimonia, donde solo el pensar debe motivar nuestra acción y reacción, pero algunos pensamos que, al contrario, celebrar el nacimiento del Cristo redentor nos invita a modelar bienes de inteligencia motora, de parsimonia activa, que, como la luz de Belén, nos ayude a encontrar ese norte, como el que guio a los Reyes Magos a encontrar el Niño Dios de la esperanza. Es allí donde surge la esperanza; esa que despierta el brillo de la Navidad y hace renacer también los valores más representativos para, en cadena natural transmitirlos a los hijos y vivirlos en familia.
Sin dudas, uno de los mayores lamentos en nuestra patria, que desde hacen más de dos décadas sin rumbo claro, ha sido la pérdida de la esperanza que nos permita el reencuentro con la sinceridad y la democracia, que aunque parecieran contradictorias, son las bases gemelas de un sistema de gobierno que elimine la torpeza como acción y reemplace la estupidez de su ortodoxo socialismo por una obra de paz cubierta de actos inteligentes en un mundo que, sin remedio, asumió la universalidad de la globalización indetenible, que obliga a vivir sociabilizado pero sin mordaza.
Haciendo un alto en el acontecer político, transformado en incertidumbre des pues del 28 de julio pasado, no podemos olvidar que la Navidad es sinónimo de solidaridad, de cooperación, de servicio, de sensibilidad ante las necesidades del otro; lo que nos obliga a ser solidarios con la familia, con quien nos sirve en el centro social, en la escuela, con el compañero de trabajo, con el anciano inmovilizado, con el colega, con el copartidario, pero más con el contradictorio ideológico que en su terquedad, cree que es posible eliminar al adversario por sumo capricho, creyendo que es cierto que todo es de todos, olvidando la gracia de Dios, que como dice la encíclica: “Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno… Ahora bien, la tierra no da sus frutos sin una peculiar respuesta del hombre al don de Dios, es decir, sin el trabajo”
En estos momentos de incertidumbre política, debemos insistir en mantener la esperanza de que, a pesar de los errores políticos, la Navidad sirva para marcar el hito del cambio hacia la Venezuela que todos queremos, una patria en paz, en concordia, pero sobre todo con racionalidad política y constitucionalidad en democracia. ¡Feliz Navidad!
@Enriqueprietos