Había una vez un país llamado Venezuela, una tierra que siempre había tenido la chispa y el espíritu de los campeones. Sus montañas eran gigantes que velaban por sus sueños, sus playas eran aplausos de agua y sal, y su sol era ese coach incansable que nunca deja de motivarte y te anima a seguir. Pero Venezuela también tenía sus kilómetros difíciles. Esos que parecen interminables, que duelen, que te retan a renunciar.
Como en un maratón, el país había corrido una carrera larga y extenuante. Había tropezado con el pavimento de las dificultades, sudado cada gota de esperanza, y sentido el peso de un “no puedo más” en cada paso. Ocho millones de corredores habían tomado rutas diferentes, buscando aire fresco en otras pistas. Pero, aunque estuvieran lejos, llevaban a Venezuela amarrada al corazón, como el número que no se despega.
El Kilometro 35
En 2025, la carrera tomó un giro inesperado. Fue como cuando, en el kilómetro 35, sientes que las piernas se convierten en plomo y la mente en un torbellino de dudas. “¿Para qué seguir?”, te preguntas. Pero entonces, algo sucede. Una voz interna, pequeña pero potente, susurra: “Tú puedes. Solo un paso más”.
Ese fue el espíritu que comenzó a resonar entre los venezolanos, tanto en casa como en los rincones más remotos del mundo. Desde Caracas hasta Madrid, desde Maracaibo hasta Buenos Aires, entendieron que el maratón no se corre solo. Que si uno flaquea, el otro da el paso que falta.
Una carrera de relevo
“Venezuela no es solo sus problemas”, dijeron los que llevaban kilómetros de distancia. “Es su gente que no deja de correr, su historia que no deja de avanzar”. Y así, comenzaron a construir un relevo invisible, uno en el que las ideas, el esfuerzo y la fe pasaban de mano en mano, de corazón en corazón. Porque aunque algunos estaban lejos del asfalto, seguían siendo parte de la carrera.
En las calles, los niños jugaban y reían, como si sus risas fueran esos aplausos que encienden a los corredores cuando sienten que ya no pueden más. Poco a poco, las historias de miedo y derrota se transformaron en relatos de superación. Cada paso dolía, sí, pero también acercaba al final, a esa meta que parecía imposible pero que cada día estaba más cerca.
“¡Vamos! !Volveremos!”
Decían y se aupaban mutuamente muchos de los que corrían en otras tierras. “Pero mientras tanto, ayudaremos a que Venezuela cruce la meta. Porque este país no es solo un lugar; es una promesa que nunca dejamos de hacer”.
Y así, entre los que estaban y los que se fueron, Venezuela empezó a avanzar otra vez. No era un sprint, no era rápido, pero era constante. Era ese tipo de avance que hace que, al mirar atrás, te des cuenta de todo lo que has superado. Porque la verdadera victoria no está en cruzar la meta; está en entender que nunca estuviste, ni estarás solo en la carrera.
Venezuela, como todo corredor, había descubierto que las caídas no definen el resultado. Que el kilómetro más difícil es también el más revelador. Y que, cuando crees que no puedes más, siempre hay un paso más por dar, un sueño más por correr, una historia más por contar.
Había una vez un país que, como un corredor valiente, descubrió que no se trata solo de llegar, sino de cómo te levantas cuando crees que ya no puedes seguir. Ese país, llamado Venezuela, sigue corriendo. Y en cada zancada, renace con esperanza. Este maratón no es una carrera solitaria, sino un esfuerzo colectivo donde nos apoyamos y alentamos unos a otros, paso a paso, hacia un futuro mejor.
por Luis Eloy Añez @luiseloy360