El miedo es libre y Maduro lo sabe

El miedo es libre y Maduro lo sabe

Venezuela se ha convertido, hoy por hoy, en el epicentro de la atención mundial. No por ostentar récords de desarrollo económico, por contar con altos índices de prosperidad colectiva o por ser un referente en la seguridad y estabilidad de la región caribeña y latinoamericana.
No, Venezuela está en el centro de la mirada global debido a algo mucho más grave: la flagrante violación de los derechos humanos, el ejemplo palpable de cómo un país puede ser destruido en detrimento de sus grandes mayorías, mientras una camarilla usurpa el poder y se enriquece a costa del pueblo. Este régimen, que se ha sostenido en el fraude electoral, la violencia y el uso de la fuerza, practica acciones que constituyen crímenes de lesa humanidad.

Por Elsa Muro





A lo largo de la historia, los países han atravesado períodos de prosperidad y de depresión económica, enfrentando incertidumbres derivadas de gobiernos ineficaces que no se ajustan a las exigencias de la Constitución. Las sociedades, en su evolución, aprenden de las decisiones que toman, las cuales, en los sistemas democráticos, se manifiestan a través del voto universal, directo y secreto. Es a través del ejercicio de la democracia que los pueblos se dan cuenta de sus problemas y de la importancia de exigir responsabilidades a quienes, por mandato constitucional, deben ejercer la soberanía de manera legítima.

Los venezolanos el pasado 28 de julio, democráticamente desalojaron a Maduro de Miraflores.

Venezuela lleva casi 15 años soportando los embates de un régimen que, en sus tres décadas de existencia, ha sumido al país en un colapso institucional y una crisis sin precedentes.
Nicolás Maduro, hoy claramente desbordado por su propia ineptitud, no solo enfrenta el rechazo histórico que se avecina, sino que se ve comparado con dictadores de la peor calaña, como Idi Amin Dada o Baby Doc, figuras sanguinarias y sin preparación alguna.

Recorrer Caracas y las principales ciudades del país evidencia ese miedo palpable. Las calles aledañas al Palacio de Miraflores, la Asamblea Nacional y otros centros de poder están cerradas, custodiadas por alambradas, tanquetas, ballenas y efectivos de la Guardia Nacional y los cuerpos de seguridad, que patrullan con equipos antimotines, y armas de guerra. El temor es tan profundo que sus funcionarios, con pasamontañas, actúan bajo el anonimato del terrorismo de Estado.

Maduro ha desatado una feroz ofensiva contra las redes sociales, la oposición política y el sector empresarial, a pesar de contar con el apoyo del presidente de Conindustria, y organizaciones de portafolio. Utiliza personajes como Ignacio Ramonet, que en una insólita entrevista de preguntas preestablecidas y pactadas con el poder, intenta dar la imagen de un régimen democrático, mientras en realidad está bajo el control de un dictador autoritario y antidemocrático. Esta farsa busca presentar a Maduro como el líder más democrático de la América Latina contemporánea, cuando la realidad es diametralmente opuesta.

Aunque el miedo y el terror se respiran en el ambiente, el pueblo venezolano sigue llevando en su ADN la fibra de la lucha democrática. Siempre ha sido así, y no hay duda de que saldrá a las calles para defender su voto, su soberanía, su libertad y su dignidad. Maduro, a pesar de su ilegitimidad, se empeña en seguir presentándose como un presidente electo democráticamente en su relato perverso, pero la evidencia de la realidad es contundente: se ha convertido, ante los ojos del mundo y de la sociedad libre, en un dictador.

La libertad volverá, Edmundo González Urrutia es el legítimo presidente electo de Venezuela.