En agosto del 2024, transcurrida una semana, apenas, de las elecciones presidenciales del 28 de julio, decíamos en un artículo titulado “Venezuela, Guaidó II”, que la fotografía política que estaba empezando a vislumbrarse, se asemejaba mucho a aquella otra derivada de los denostados comicios del año 2018, cuando el 10 de enero del 2019 Nicolás Maduro se juramentó, a pesar de saber que no sería reconocido como presidente electo por buena parte de la comunidad internacional entre la que se encontraban los países miembros de la Unión Europea, y Canadá y los Estados Unidos entre otros del continente americano. Se hace forzoso recordar que en aquella ocasión la oposición venezolana se negó a participar en ese proceso electoral por considerarlo extemporáneo y con condiciones desfavorables impuestas por una constituyente espuria fabricada por el gobierno de Maduro sin causa o razón constitucional alguna, circunstancia que condujo a que Nicolás Maduro obtuviera una victoria cómoda y holgada.
Al igual que sucede con los comicios del pasado 28 de julio, esa misma comunidad internacional le advirtió a Maduro que aquellas elecciones no serían validadas, lo cual no fue óbice para que Maduro prosiguiese con su plan de consolidarse como presidente reelecto para el periodo 2019-2024. Y hay que reconocer que la jugada le salió bien, porque con la llegada de Joe Biden a la presidencia en el 2021, la situación de Maduro como presidente de facto, sin relaciones diplomáticas oficiales con EEUU y otros países del continente, comenzó a cambiar como resultado de los intereses petroleros, entre otros, que primaban en los gobiernos de Estados Unidos, España y de otros estados que si bien no tenían oficinas consulares en sus respectivos territorios, si mantenían relaciones comerciales con Venezuela. Por eso pensar que Maduro va a repetirse, juramentándose el próximo 10 de enero como presidente es lo más lógico, pues si ya lo hizo una vez y no pasó nada, con los mismos actores en el terreno y sin que haya una acción de fuerza de por medio, que le vaya a resultar de nuevo la misma jugada es más que probable.
Para quienes piensan que la situación no es comparable puesto que en esta ocasión Edmundo González, a diferencia de Juan Guaidó, es un presidente surgido de unas elecciones y no de un vacio de poder que era necesario llenar de alguna manera, no obstante, la falta de norma constitucional que lo fundamentara, debo aclararles que lamentablemente el problema político de Venezuela no se arregla, visto lo visto, con el mero hecho tener un presidente opositor electo en las urnas.
Al final, no importa tanto a la vista de esos otros intereses nacionales, completamente legítimos, de algunos miembros de la comunidad internacional, si el Consejo Nacional Electoral proclamó a Maduro presidente de manera apresurada y sin mayores explicaciones o argumentos numéricos que despejaran las dudas que carcomían a todos los venezolanos en ese momento dado el inmenso caudal de votos recibidos por el candidato opositor Edmundo González Urrutia y de los resultados preliminares obtenidos en las encuestas realizadas a pie de urna, así como de las evidentes inconsistencias aritméticas que reflejaba el acta de resultados parciales, no totales, leída sin convicción alguna por el presidente del Consejo Nacional Electoral declarando ganador a Nicolás Maduro. Una situación que quedaría totalmente demostrada al ser publicadas por María Corina Machado las actas del Consejo Nacional Electoral con los resultados totales de las mesas y centros electorales de cada uno de los estados que conforman el mapa electoral venezolano.
Han pasado cinco meses y el desarrollo de los acontecimientos lo único que ha hecho hasta ahora es ir afianzando, cada vez más, y muy a nuestro pesar, esa similitud a la que nos referimos. Para que la semejanza deje de ser tal y Edmundo González Urrutia quede convertido en Guaidó II falta tan solo que el próximo 10 de enero Nicolás Maduro se vuelva a juramentar como lo hizo en aquella ocasión, entonces, no quedará nada más que reconocer sin recato alguno que la historia se repitió. La eventualidad de que Edmundo González Urrutia pueda juramentarse ese mismo día ante la Asamblea Nacional o ante el Tribunal Supremo de Justicia, que es lo que la constitución venezolana establece, órganos ambos controlados por el régimen, luce por eso imposible, salvo algún inesperado acontecimiento que los obligue a ello o modifique su actual curso.
Edmundo González ya ha declarado en alguna oportunidad que no quiere ser un presidente en el exilio, y es que sabe perfectamente que sin estar en Miraflores ninguna juramentación dentro o fuera de la ley tiene sentido mientras Maduro siga ostentando el poder. Lo demás, para decirlo en criollo, “es monte y culebra”, y la continuación del largo interinato de Guaidó por el desierto.