Quería incorporar a Lula a este artículo, pero la información más fresca relata que, en sus vaivenes respecto al caso venezolano, reculó el envío de un emisario -no tenía previsto venir él al sarao rojo de aquí, evidentemente- por el desarrollo de los últimos acontecimientos en nuestro país, tan obviamente nocivos para la nueva asunción de Maduro al poder y lo que genera como imagen antidemocrática a la región y al mundo. Por ello me concentro un poco en las figuras presidenciales de dos países de suma importancia: Colombia, fácil de despachar en la opinión y México, más detenidamente. Nicaragua y Cuba las descarto por saber exactamente la vinculación proteccionista con el régimen de Caracas, sin veleidades.
Gustavo Petro incurre en una permanente situación dubitativa, porque se anda por las ramas de afectar o no su popularidad y su posible permanencia incluso en la política, y en defender sus amigotes instalados hoy peor que nunca en el poder del vecino país del colombiano. En su media tinta, decide enviar un representante, él no viene, dizque para sostener las relaciones no más. Pero desconoce los resultados y por tanto la elección y la estadía de Maduro en el poder. Dice últimamente que las elecciones fueron fraudulentas e insiste en que se repitan, aún cuando el mundo sabe con pruebas materiales lo que ocurrió en Venezuela el 28 de julio del año pasado. Su posición lo convierte en un cohonestador directo de las fechorías de sus amigos, con un intento fallido de pasar desapercibido. Es una posición indefendible, por eso ha recibido la más ruda y merecida amonestación política de sus adversarios. Resulta despreciable.
Hay que marcar que la asunción presidencial ocurre en el aislamiento más inimaginable de la política exterior venezolana de la época contemporánea. Aquí no va a venir ningún presidente importante, ningún canciller importante de la América Latina ni del mundo, al reconocimiento, no será, obviamente, muy celebrando este. Vendrán, acaso, los dos o tres secuaces similares en su cruento accionar en sus naciones, al parecer ni siquiera Ortega vendrá, no será por sus escrúpulos. En fin, será una muy descolorida toma de posesión, signada por los acontecimientos de la amenaza de otra en paralelo efectuada por quien tiene la certeza material del triunfo y la más crecientemente cruda presión y desconocimiento internacional.
Debo detenerme en el caso de la presidenta mexicana. Recién electa y asumida democráticamente por los votos de millones de sus coterráneos. Su manera de esquivar los valores de la democracia en la región se da reconociendo olímpicamente a quien se hace del poder a lo malandro. Para ello usa un subterfugio inaceptable: la libre determinación de los pueblos y la no injerencia en los asuntos de otros estados. Una manera poco gallarda de decir claramente: yo apoyo la dictadura y no creo en la democracia continental, a pesar de haber sido electa con esos valores. Este pueblo -Venezuela- determinó lo que desea: su libertad, la democracia y la paz. Esa es la decisión de sus ciudadanos. Así que lo que defiende la señora Claudia no es a nuestro país y a sus ciudadanos que eligieron, a pesar de todos los obstáculos habidos, su solución, con votos, como fue electa ella; defiende una ideología nociva para nuestro país, para el continente y el mundo, defiende a sus amigotes por parecerse a ella en el fondo. Su decisión, esperada y combatida por sus enemigos políticos internos, hace mucho daño a la América Latina.
Queda aplaudir enormemente la posición extraordinaria del presidente chileno Gabriel Boric, del conjunto de las democracias latinoamericanas, de Canadá, EEUU y Europa. Resulta impredecible en este momento lo que nos ocurra en Venezuela. Pero en la historia quedarán aquellos que defendieron los valores democráticos, de la civilización pactada, los derechos humanos y nuestra soberanía y quienes con argumentos absurdos, propios del disimulo, atacaron las decisiones de nuestros conciudadanos por seguir congraciados con el asqueroso uso del poder dictatorial.