El pasado infinito nos penetra y se desvanece, por Norberto José Olivar

El pasado infinito nos penetra y se desvanece, por Norberto José Olivar

Cuenta Marc Bloch que, en cierta ocasión, paseando en Estocolmo con Henri Pirenne, historiador belga, le preguntó qué visitarían primero. Pirenne dijo preferir “ver las cosas viejas” pero, más bien, irían al nuevo ayuntamiento porque “era historiador y amaba la vida”. Bloch, sorprendido, concluyó que captar lo vivo era la “cualidad dominante” del historiador. En cambio, El inglés reanimado” de Mary Shelley, Roger Dodsworth, quien vuelve a la vida después de doscientos años de animación suspendida, no entiende el presente que le acoge y se hace anticuario, léase, historiador. Imagino que Pirenne estaría encantado de enfrentarse a ese presente inesperado porque, sería un montón de vida por conocer. Lo cierto es que para Bloch, la incomprensión del presente no es solo por ignorar el pasado sino, además, por vivir al modo japonés de los hikikomori, donde la cualidad dominante no es captar lo vivo, sino aislarse de ello. Como Roger Dodsworth, el pasado es el refugio ante el inefable presente. 

¿Hasta dónde entendemos el presente?

Hace poco, en una entrevista que hizo Ezequiel Burgo a Martín Rapetti (Clarín, 21-12-2024), este afirmaba que si un año atrás le decían que el ajuste fiscal sería la punta de lanza del presidente Javier Milei, habría pensado que el gobierno volaría por los aires, pero no fue así. Recordé entonces el terror del presidente Rafael Caldera, en Caracas, al aplicar los ajustes conocidos como Agenda Venezuela, en 1996. Nadie lo recomendaba basados en el sangriento estallido social de 1989, a causa de ajustes similares. Pero esta vez no hubo el caos profetizado. Los primeros asesores de Caldera como los adversarios de Milei conocían muy bien el pasado, pero desconocían su presente. Este error no es para morir de vergüenza, yo diría que es instintivo. Como dice Bloch: “Qué sentido tendrían para nosotros los nombres que usamos para caracterizar los estados del alma desaparecidos, las formas sociales desaparecidas, si no hubiéramos visto antes vivir a los hombres?”

Esto no significa la negación del pasado. Hace años leí una supuesta cita anónima que, como sea, me gustó mucho y creo que me sirve ahora: “El pasado infinito nos penetra y se desvanece” (Café Perec, 2014). Me gusta la idea de un pasado al que no podemos oponernos, la idea de un pasado que se nos viene encima como presente perpetuo, pero percibido en armonía y equilibrio porque, un exceso de pasado o presente, mataría cualquier forma de prever un futuro posible. 

¿Hasta dónde entendemos el pasado?

Dice Bloch que los lectores de Alejandro Dumas son historiadores en potencia. Como Pirenne aman la vida y buscan entender, aunque no lo sepan, ese pasado que los ha penetrado y desvanecido en sus adentros. ¿No es lo que hacemos al mirar películas y series, o leer novelas y poesía?, ¿acaso no buscamos en ellas las huellas de ese pasado desvanecido? Pienso en El mar de John Banville, donde dice que llevamos a los muertos con nosotros hasta que también morimos y otros nos cargarán en adelante, y así hasta el fin de los tiempos. En verdad, esta cita anónima y extraordinaria del pasado infinito que nos penetra y se desvanece, puede hacer de telonera a “Hijo de la luz y de la sombra” de Miguel Hernández que dejo de colofón a este tiempo inexorable del que hablo: 

Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,

seguiremos besándonos en el hijo profundo.

Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,

se besan los primeros pobladores del mundo.

Exit mobile version