Abraham Sequeda: Obediencia, validez y legitimidad

Abraham Sequeda: Obediencia, validez y legitimidad

Escasea la decencia en los predios de la institucionalidad del Estado venezolano. Del resto, una agónica espera de lo que nunca llegará en las circunstancias actuales, es triste y pedante a la vez.

Es triste, porque Venezuela observada desde todas partes como República, no termina de cuajar una decidida y clara oportunidad para iniciar su transformación hacia un país con una sociedad sana y productiva. Triste también, porque su población no reconoce el mérito para contribuir a su bienestar, siendo presa de mecanismos que acaban con su propia existencia y capacidades de mejorar.

Es pretencioso también, porque dentro de esa confusa ilusión, aquella bruma que mimetiza lo bueno y lo malo, lícito con corrupto, validez con nulidad, lo que es legítimo con lo que no lo es, cumplimiento con rebeldía, la disciplina con subversión, entre otras calamidades, dejando al descubierto una cualidad poco conocida o al menos divulgada de los pobladores de este país: la normalización del caos.





Una nación que permanece anclada en una celebración sin connacionales y el festín sin un buen bocado, como las tertulias sin conocimiento de las consecuencias de cada acción. Pero nada de esto deviene por casualidad, ni siquiera por la “tropicalización” de normas y comportamientos.

En realidad, es el mal ejemplo que permea desde los cargos más altos de las estructuras del poder público. De esta manera ¿cuál es el significado para los ciudadanos y sobre todo a los jóvenes? ¿Se trata de la cultura del abuso, la cultura de “me da la gana”, la cultura del menosprecio?

Un país cuyas instituciones encargadas de cumplir y hacer cumplir las propias leyes del Estado que las invoca, no lo hacen: ¿qué queda para el resto de ciudadanos agobiados por la rebatiña de recursos y el usufructo del poder?

Este es el momento en que el liderazgo ético y un cambio de valores, deben emerger y tomar el control. No como un gesto, sino como obediencia activa a la democracia: la certeza de que ningún gobierno, y menos uno impuesto por la fuerza, puede suplantar la voluntad de todos.
Las leyes establecen sanciones y marcan límites, pero no definen lo que debemos ser; menos aún, cuando se trata de rescatar la decencia, esa guía moral que en Venezuela, podría devolverle la dignidad a la existencia cotidiana.

@abrahamsequeda

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