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El libre albedrío, como potestad para elegir entre una opción y otra, se encuentra dentro de la más fundamental de las cualidades con las que se supone dotó “El Creador” al hombre.
Evidencias se encuentran en las santas escrituras; alguna de ellas en Proverbios 3:31: “No envidies a los violentos, ni optes por andar sus caminos”. También en Proverbios 1:29: “Por cuanto aborrecieron el conocimiento y no quisieron temer al señor”. Y más ampliamente en Deuteronomio 30:19: “Que los cielos y la tierra escuchen y recuerden, lo que acabo de decir, te puse delante de la vida o la muerte, la bendición o la maldición, escoge pues la vida para que vivas tú y tu descendencia”.
Tanto la moral como la religión, tienen consecuencias en el terreno político: vivir en sociedad y la salvación del alma, respectivamente. La frase retórica “vivir con autonomía” nos presenta una incongruencia, pues no se puede vivir de otra forma. El que vive libre debe promover esa condición a toda costa, estableciendo un sistema coordinado que diluye la agonía de vigilar y ser vigilado, para cumplir de forma obligada un comportamiento ético. Este es un inmenso misterio que condujo, inicialmente, a la curiosidad de muchos a preguntarse el cómo y por qué de las cosas, para encontrar soluciones y alcanzar una existencia satisfactoria.
Así, entre vaivenes, ha transcurrido el mundo. Dentro de la polisemia de un sistema político que tenga como base inquebrantable la libertad individual, entonces el liberalismo no es una amenaza, sino un camino hacia el desarrollo genuino.
Tenemos libertad de actuar de acuerdo a nuestra naturaleza. Un sistema liberal no es oprobioso, es guía para las personas que desean tener una vida responsable y autónoma. Este ofrece las posibilidades de desarrollar toda la individualidad de manera conveniente, responsable, constructiva y provechosa.
Se actúa en la naturaleza, dentro de un sistema universal, para tomar decisiones y ejecutarlas. La autonomía está motivada al logro y es afecta al manejo coherente de los derechos naturales: la vida, la propiedad, la libertad y la seguridad, para alcanzar y promover en lo individual, el desarrollo del bienestar material y cultural que impacte de forma provechosa en la sociedad. Donde esté el espíritu del bien, habrá libertad. La construcción del liberalismo político, es la decisión de formar parte de un sistema organizado.
El libre albedrío promueve la autonomía que, en esencia y sumado a una articulación de sus efectos sobre el sentido común, desplaza pensamiento y cuerpo, superando un espacio y tiempo donde el presente no es un instante, sino un duradero período de experiencias. Ser libre es poseer la sabiduría ciudadana de enfocarse en lo bueno, en el orden, en lo sensato y en lo trascendental.
La hazaña política de esta condición radica en la valoración y protección de la vida, así como en la administración del derecho a gozar y disponer libremente de sus bienes y del fruto de sus oficios, talentos, empresas, estudios, esfuerzos y trabajo.
@abrahamsequeda
