Mientras Venezuela dependa de rutas marítimas opacas para importar combustibles básicos, su seguridad energética estará a merced de tribunales y patrullas extranjeras. La verdadera soberanía no se defiende con retórica, sino con activos en producción: elevar la refinación nacional al estatus de infraestructura humanitaria crítica es el camino para blindar el bienestar del ciudadano y neutralizar el riesgo de confiscaciones en alta mar.
Venezuela posee las mayores reservas petroleras del mundo, pero esa riqueza se pierde en la incapacidad de transformarla. El talón de Aquiles de nuestra industria no es la producción de crudo, sino una refinación que opera a niveles críticos —por debajo del 2o% de su capacidad instalada de 1,3 millones de barriles diarios —, lastrada por infraestructura deteriorada y una gestión que prioriza el control político sobre la eficiencia técnica.

El resultado es devastador: exportamos crudo a descuento y nos vemos obligados a importar productos estratégicos como gasolinas, nafta, lubricantes y aditivos, esenciales para el transporte, la generación eléctrica y la producción de alimentos. Esta dependencia no solo empobrece al país, sino que lo expone a la vulnerabilidad total.
Un cambio de paradigma: De la renta petrolera a la supervivencia humana
La solución estratégica y defensible es enmarcar la refinación como infraestructura humanitaria crítica. Los combustibles y lubricantes no son instrumentos de control, sino insumos vitales para la supervivencia de la población.
Bajo este enfoque, la operatividad de las refinerías se justifica ante organismos internacionales, permitiendo inversiones seguras y limitadas incluso en contextos de sanciones. Al elevar la refinación a esta categoría, se construye un escudo ético y legal: cualquier interrupción de estos procesos se traduce en una agresión directa contra los derechos básicos de millones de venezolanos.
Blindaje industrial: La soberanía como defensa ante la «flota fantasma»
EE. UU. y otros actores internacionales no interceptan embarcaciones al azar; cada interceptación es una señal estratégica sobre flotas cuya logística es opaca y costosa. La estrategia de los «barcos fantasmas» es un paliativo de alto riesgo que solo profundiza la crisis. La defensa más efectiva no es naval, sino industrial:
Refinar más dentro del país: Cada barril transformado localmente reduce la exposición de activos en el mar. Producir internamente anula la necesidad de rutas marítimas vulnerables.
Gestión protegida y licencias específicas: Al enmarcar las refinerías como nodos de auxilio humanitario, se abre la puerta a que operadores internacionales gestionen unidades específicas bajo licencias de protección, siempre que el destino final sea el consumo interno.
Contratos BOO/BOOT: Mover tecnología y unidades modulares directamente al territorio nacional, pagando con productos refinados destinados al mercado doméstico, elimina la trazabilidad de riesgo en aguas internacionales.
Recomendaciones para una ruta de acción inmediata
Despolitizar la operación: Separar la refinación de la estructura de PDVSA, garantizando administración profesional y auditorías externas que aseguren que el producto llegue al ciudadano.
Modernizar unidades críticas: Priorizar plantas de hidrotratamiento y craqueo catalítico para producir gasolinas terminadas y lubricantes con estándares internacionales.
Priorizar el abastecimiento interno: Garantizar primero los insumos para transporte y electricidad, reduciendo la exposición a sanciones al eliminar la necesidad de importar lo que podemos producir.
Conclusión
Mientras la refinación sea un instrumento de opacidad, Venezuela seguirá perdiendo barcos en alta mar y calidad de vida en tierra firme. Si aceptamos que la refinación es una infraestructura humanitaria crítica, podremos proteger activos, garantizar el abastecimiento y convertir nuestro mayor talón de Aquiles en la columna vertebral de la seguridad energética nacional.
Actuar ahora no es una opción de política de quejas. es la única forma de evitar el colapso completo y proteger la seguridad del país y su ciudadanía.
David Morán Bohórquez es ingeniero industrial, miembro de la Comisión de Energía de la Academia Nacional de Ingeniería y Hábitat de Venezuela y del Consejo Directivo de Cedice Libertad
