El despertar el día después de la ceremonia de juramentación del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha sido turbulento. A pesar de que todavía es prematuro sacar conclusiones sobre lo que nos espera, ya las señales perturbadoras y amenazantes están apareciendo con claridad. Con celeridad vertiginosa, utilizando todo el poder de la rama ejecutiva del gobierno norteamericano, el nuevo mandatario ha tomado acciones para desarticular, eliminar u obstaculizar, leyes, acuerdos, y vitales tratados internacionales. Como un tren que está arrollando cosas muy importantes a su paso, se han transformado en sucesión atropellada elementos esenciales de las políticas del gobierno. Entre ellos: la anulación de tratados comerciales; la suspensión del apoyo del gobierno a los programas de seguridad social y el cuidado médico, conocido como Obamacare, dirigido a los sectores más pobres del país; la eliminación del uso del español como lengua alternativa en el sitio web de la Casa Blanca; el cese del financiamiento a programas sociales referentes al aborto; la aprobación de la construcción de un polémico oleoducto cuestionado por los ambientalistas; el retiro de Estados Unidos de importantes tratados de protección del ambiente; la adopción de medidas proteccionistas y de corte nacionalistas, e importantes cambios a la política de defensa mutua de los países occidentales. A esta larga lista de modificaciones esenciales de la política interior y exterior de los Estados Unidos, cuyas implicaciones apenas se están alcanzando a entender, hay que añadirle la creación de un conflicto abierto con China, el encuentro frontal con México por el tema de la inmigración y la propuesta del muro entre las dos naciones y un desembozado acercamiento con la Rusia de Vladimir Putin.
El pueblo norteamericano votó por el cambio, y el cambio ha llegado. Falta por precisar si el cambio por el cual se imaginaban los ciudadanos que estaban votando y el cambio que está avanzando el nuevo gobierno son una y la misma criatura. Una primera aproximación a esta pregunta parece indicar que la poderosa democracia norteamericana, el bastión más sólido del mundo occidental, está en un serio riesgo porque fuerzas profundamente anti-democráticas han llegado al poder. Las democracias son sistemas frágiles y requieren de la atención cuidadosa y constante no solamente de la dirigencia social, ideológica y política de un país sino de sus ciudadanos. En lo que, a mi juicio, fue uno de los discursos más importantes de Obama, el ex–presidente señaló en Chicago, de manera magistral y precisa, la naturaleza esencial de este deber ciudadano. El asunto de fondo es que para cumplir este deber se requiere de una ciudadanía informada y educada, capaz de evitar caer presa de los prejuicios, los odios y las frustraciones, de las verdades fabricadas, y de las cadenas de pánico inducido de los medios sociales. Es decir, se requiere un poderoso accionar ciudadano que permita que la democracia procese sus carencias en libertad y a través de los medios políticos e instituciones, algo que, trágicamente se ha ido convirtiendo en un ave rara. La existencia de corrientes subterráneas de frustración, odio y prejuicio en la población que no son atendidas adecuadamente por los mecanismos de la democracia, abre la puerta a que líderes mesiánicos y populistas las aprovechen para avanzar sus proyectos políticos. Esta confluencia letal para la democracia y la libertad se produjo en la Venezuela de Chávez y en los Estados Unidos de Trump. Parafraseando a Churchill, en una de sus frases más irónicas y profundas: la democracia es el peor de todos los sistemas políticos, excepto por todos los otros sistemas. Pero solamente una ciudadanía educada es capaz de entender esta máxima esencial para la paz y el progreso del mundo.
Señalan los entendidos y conocedores de la historia norteamericana que nunca antes el país había estado tan polarizado. Las decenas de manifestaciones de protesta al nuevo mandatario, reunidas bajo un inquietante lema que sostiene que Trump no los representa, es un abierto llamado al desconocimiento de la voluntad popular. Independientemente de que Hillary Clinton haya ganado la votación popular, es inquietante que en los Estados Unidos mucha gente se esté planteando un desconocimiento de las reglas del sistema porque salió electo un candidato al que se oponen vehementemente. Malos presagios cuando un sector de la población se plantea desconocer el juego de las instituciones y el otro sector en el poder se aprovecha de una mayoría circunstancial para imponer cambios que no tienen el consenso del país. Suena familiar en Latinoamérica y es parte de nuestra tragedia, pero que esto ocurra en USA hace pensar en un país distópico, TRUMPUSA, donde el riesgo inducido por la polarización y la fractura de las instituciones se está tornando cada vez más real.
American carnage, la matanza del pueblo americano, fue el estridente término empleado por Trump para dibujar una imagen parcializada y manipulada de un país teñido de rojo y empobrecido, como si esos fuesen los rasgos definitorios de los Estados Unidos. Una distorsión monumental de la historia y la realidad del país en la cual se arrasa con la imagen de prácticamente todos los presidentes que lo antecedieron y con los logros colectivos de una nación, que aun teniendo graves problemas ha logrado procesar diferencias muy profundas sin sacrificar valores fundamentales de la democracia y la libertad. En TRUMPUSA el análisis de los discursos presidenciales tiene ahora que incluir de manera inequívoca, como lo han señalado los más importantes medios de comunicación, la posibilidad de que el presidente esté mintiendo deliberamente.
Es inevitable la sensación de que se aproximan tiempos muy tormentosos para el mundo, incluida la posibilidad de conflictos bélicos a gran escala. Sobre todo, porque el esquema en que pretende desempeñarse el nuevo gobierno norteamericano colide con realidades fundamentales del planeta y puede transformar el mensaje de “Make America Great Again” en una misión imposible que lance al mundo por un camino aún más conflictivo del que enfrentamos actualmente. Quizás ahora terminen por darse cuenta los venezolanos con doble nacionalidad que votaron por Trump defendiendo su pedacito del American Dream, que en realidad votaron por la versión blanca del lobo rojo que destruyó a Venezuela y los obligó a emigrar. Cosas de apostar al cambio sin entender la naturaleza del cambio.
Vladimiro Mujica