Envueltos en el fragor de las batallas olvidamos que la guerra es por el alma de Venezuela. La actitud de los venezolanos de hoy nos recuerda lo dicho a Luis XIV por el Duque de Villars, comandante de las fuerzas francesas contra las fuerzas inglesas en la batalla de Malplaquet, 1709: “Su Alteza: si Dios nos concede la gracia de perder otra batalla como esta, su Majestad puede dar por seguro que sus enemigos serán destruidos”. En esa batalla, “ganada” por el Duque de Marlboro, sus fuerzas perdieron 22000 hombres, contra las 12000 víctimas del ejército francés y este resultado hizo posible que se evitara la invasión inglesa a Francia. Esta “victoria” acabó con la carrera militar de Marlboro.
Tomemos un ejemplo del chavismo: La “victoria” en la batalla presidencial de 2012 obtenida por el difunto acabó con sus pretensiones de gobernar a perpetuidad en Venezuela. Esta victoria no solo arruinó las finanzas del país, al utilizar grandes sumas de dinero provenientes de la corrupción de Odebrecht y de los préstamos chinos para llevar a un enfermo a la presidencia, sino que las exigencias físicas de la campaña aceleraron la muerte del sátrapa. Las elecciones de 2012 fueron, para el chavismo. el equivalente de la batalla de Malplaquet para los ingleses. Allí se concretó la derrota definitiva del socialismo del siglo XXI.
Y ahora veamos un ejemplo de la oposición: 15 meses después de la euforia nacional derivada de la gran victoria popular que llevó al control de la Asamblea Nacional por las fuerzas de la democracia, los demócratas venezolanos estamos hoy en una situación de desbandada ante las fuerzas agresivas y gansteriles de la alianza entre los narco-generales de la Fuerza Armada y los cleptócratas de PDVSA. A pesar de tener el control de la Asamblea Nacional ello no ha servido de mucho ante las agresiones del gobierno y nuestra propia incompetencia opositora. La MUD se presenta hoy deshilachada, sin liderazgo, sin planes, sin voz, ante el atropello de un Tribunal Supremo de Justicia al mando de un asesino, sin que la Asamblea responda. Peor aún, algunos miembros de nuestro “ejército” hablan abiertamente de sentarse a negociar una tregua, una rendición, un acomodo con el enemigo.
Perdemos las batallas que creemos haber ganado o ganamos las que creíamos haber perdido, pero la realidad es que todos los venezolanos, opositores y chavistas, estamos asistiendo a la derrota de la Nación. Y muchos no son capaces de verlo. Los chavistas no lo pueden ver así porque hace tiempo consideran el saqueo a la Nación como su principal, casi único, objetivo. Creen estar ganando la guerra porque integran una oligarquía de dinero y de poder como nunca se había visto antes en nuestra historia. Los 600 malandros principales del régimen chavista han robado una suma que estimamos en unos $300.000 millones. Al hacerlo han arruinado material y espiritualmente al país porque la siembra de corrupción ha sido gigantesca. Por ello varias generaciones de venezolanos, chavistas o demócratas por igual, estarán condenados a chapotear en el mismo pantano de atraso, pobreza y desesperanza. La oligarquía chavista ha sacrificado el futuro de Venezuela en aras del disfrute de una breve etapa de poder y riquezas.
La noción de victoria que tienen los chavistas carece por completo cualquier de contenido ideológico. La pretensión de una revolución a favor de los pobres desapareció hace tiempo y se encuentra enterrada junto con la momia de la Montaña. Lo que existe hoy es una narco-estado en el cual los bolsillos de unos 600 malandros principales están a reventar mientras millones de venezolanos pobres son aún más pobres que antes. El componente ideológico de la llamada “revolución” está muerto y apenas le sobreviven bandas de ladrones, narcotraficantes y asesinos.
Nosotros, los demócratas, estamos convencidos de que ganaremos las sucesivas batallas por la democracia, pero tampoco nos hemos dado cuenta de que estamos perdiendo la guerra por al alma de Venezuela. Estos 18 años de indignidad colectiva han contaminado a millones de venezolanos, incluyendo a algunos que creíamos de los mejores. Aun cuando restituyamos la democracia y la libertad en Venezuela, el país continuará intensamente dañando por la corrupción, el embrutecimiento y degradación que se le han inyectado durante estos años. No podrá hablarse de haber ganado la guerra por el alma de Venezuela mientras haya venezolanos dispuestos a renunciar a estándares éticos y morales que deberían ser sagrados para satisfacer su agenda personal. No puede hablarse de victoria cuando gente que creíamos honorables y la cual aspira a jugar un papel importante en la Venezuela del futuro esté participando del despilfarro de los miles de millones de dólares del ingreso nacional. Esta gente, familias, empresarios, músicos, y políticos es culpable por su silencio e indiferencia y hasta participación activa en el saqueo nacional.
Al decir esto no pretendo sembrar desesperanza ni desmoralización, sino forzar a un enfrentamiento sincero con nuestra pavorosa realidad. Sin ese enfrentamiento no puede haber victoria posible en la guerra por el alma venezolana. El silencio y el engaño colectivo no pueden ser vías a la redención.