Escribo estas líneas regresando a casa en el día 56 de manifestaciones pacíficas que sostenemos en las calles de mi amada Venezuela. Durante todos estos días hemos librado una batalla campal contra la dictadura de Maduro y sus esbirros. Al igual que millones de venezolanos, salgo a la calle “armada” con la razón por delante, la Constitución, mi rosario y mi Virgen. Por supuesto, para salir a caminar hay que llevar también pañuelo y máscara antigas. Suena paradójico, pero solo con eso debemos enfrentar a un régimen que nos dispara con armas de fuego, con bombas lacrimógenas que rompen huesos o matan, con perdigones o con metras. El régimen se mueve en tanquetas blindadas, nosotros vamos a pie. Es una batalla absolutamente desigual. Es ruda, es cruel, es dura, pero con mucho orgullo la libramos a diario porque bien vale la pena luchar por esta tierra que se ama hasta con los huesos.
Hoy salí de la Plaza Juan Pablo II en Chacao y caminamos hasta la Plaza Alfredo Sadel, llegando a Las Mercedes comienza el olor terrible a gas lacrimógeno, a guerra, a batalla, a llanto, a dolor y a muerte. Ese olor a gas tóxico con el que nos atacan y que se te mete en el alma. Son los restos de la batalla de ayer 26 de mayo, son los restos de las batallas de tantos días continuos. Ese olor penetrante y absurdo, ese olor que va a marcar el resto de mi vida. Ese olor a muerte no es el olor de Venezuela, me resisto a ello y por eso sigo luchando.
Llegamos a la Sadel y había muchísima gente en un extraordinario acto de rebelión civil, tanto que no se lo imaginan: RCTV fue cerrada hace 10 años y hoy los venezolanos abrimos de nuevo el canal, en la calle, con sus artistas y periodistas, con su equipo técnico, camarógrafos, productores, luminitos, todos, todos estaban ahí. Sin embargo, la brisa cada tanto traía de nuevo el penetrante olor a gas lacrimógeno que recordaba a nuestros héroes caídos y la batalla de los días anteriores. Hoy escribo porque me niego a que se me olvide a que huele mi país.
La Venezuela en la que crecí huele a mi abuela, a sus arepas asadas en budare por la mañana, al café colado de mi abuelo y a las flores que sembraban en el balcón del apartamento. Mi abuela decía que Caracas olía a la florecita del Ávila, nunca supe cuál era esa flor, pero sé perfectamente identificar ese olor. Mi tierra huele a sol caliente, a mujer echada para adelante, a hombre trabajador, a gente honesta, a estudiante sin miedo y con sueños, a niñito jugando metra y no temiendo ser asesinado por una.
Maduro y su régimen no nos van a quitar nuestros recuerdos. Hoy momentáneamente nos han robado los aromas de nuestro país y al caminar por las calles solo huele a plomo, bombas y soledad, pero pronto volverá a oler a amanecer.
Nuestros hijos cuentan con nosotros para recuperar nuestra libertad, nuestro gentilicio y sacar del asfalto el olor a muerte y que se convierta en aroma de libertad.
Seguimos en la lucha.