El capitán Caguaripano no solo robó un arsenal del fuerte Paramacay… esa madrugada, triunfó donde Hugo Chávez jamás pudo hacerlo
Por Carlos Flores / @elcarlosfloresx
De todas las hipótesis, teorías conspirativas, informaciones de inteligencia, chismes, planes descubiertos, rumores de pasillo, predicciones astrológicas/santeras/espiritistas; mensajes en Twitter, post en Instagram, videos en Facebook… lo que ocurrió durante la madrugada del domingo 6 de agosto en el Fuerte Paramacay, sede de la 41 Brigada Bilndada (y las numerosas unidades tácticas fundamentales y aisladas que desde ahí operan), fue la sorpresa más grande que Nicolás Maduro, su círculo de Gobierno y el Alto Mando Militar pudo haber recibido… al menos desde que el chavismo existe.
Esa madrugada, y mientras transcurría lo que había sido una noche tranquila, sin novedad alguna, la teniente Isibe Emilia Mujica Torbet, apostada en la prevención del fuerte (y en el tedioso cuarto turno de asignaciones), dio acceso a lo que sería el inicio de la peor pesadilla no solo para Maduro sino para un régimen que se mantiene a punta de fuerza bruta. Porque dentro de aquel Corsa negro no solo entraba un grupo de rebeldes… sino la evidencia inequívoca del gran bluff que es el estamento militar “revolucionario-rojo-rojito”. Esa madrugada no solo se desmontó la tesis. Esa madrugada fue humillado y aniquilado el chavismo en su raíz: en los cuarteles.
Y entre desconcierto, confusión, balas, muerte, apuro y un exitoso escape final, todo el municipio Naguanagua fue testigo de lo que pasa cuando ocurre una acción que ningún militar espera.
Por lo tanto, eso que llaman “unidad”, si ciertamente no existe en el plano político… pues, tampoco en el militar.
Estuve muy cerca del cordón de seguridad que custodiaba las cercanías al fuerte. Vi sus rostros. Esos muchachos tenían miedo. Miedo del bueno. Miedo porque no sabían que algo así podía pasar. Porque un militar, a pesar de todo, duerme relativamente tranquilo. Pero esa noche todos los uniformados de la 41 Brigada Blindada se convirtieron en la típica familia venezolana invadida por los choros en mitad de la noche, que les llevan los corotos. A veces los choros entran, roban y salen pirados… otras veces, matan, violan y acaban con todo. Yo vi ese miedo. Frente a ellos, cientos de vecinos protestando, cantando el himno nacional. Y sé que estos integrantes de nuestro ejército lo menos que querían era una posible confrontación. Nada parecido, luego de la madrugada de miedo que recién había culminado.
97 fusiles AK-103 y 182 cargadores; 5 lanzagranadas de 40mm y 140 granadas; 41 bayonetas y 6 pistolas. Un botín más que importante (solo basta cerrar los ojos e imaginar todas esas armas en las manos de expertos que saben cuándo y cómo utilizarlas). Sin embargo, la acción ocurrida, la misión en la que esta gente se embarcó, es lo más importante y digno de análisis. Y es que el capitán Juan Carlos Caguaripano Scott logró lo que Hugo Rafael Chávez Frías jamás pudo: cumplir los objetivos en una acción (insurrección) militar.
“Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir, nosotros acá en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá”, las -hoy infames- palabras pronunciadas por Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992, mientras veía caer derrotada (debido a su propia ineficacia como estratega y líder de campo) la insurrección armada contra la democracia, hoy sigue siendo una radiografía perfecta y epicentro de un círculo que comienza a repetirse, esta vez, y por ahora, con una eficacia que raya en la perfección (porque querían llevarse las armas, y se las llevaron).
Si bien Hugo Chávez triunfó y llegó a ser presidente y comandante intergaláctico a punta de labia (el chavismo no es una ideología, es una gran armatoste de charlatanería barata), como militar –que a fin de cuentas, es lo que se suponía ser- fue un fracaso rotundo y lamentable. Porque en ese mundo no hay grises ni segundos lugares. La balanza se mueve en dos direcciones: batallas ganadas y batallas perdidas. Y Hugo Chávez, como él mismo lo explicó aquella mañana, no logró controlar el poder. “Ustedes lo hicieron muy bien por allá”, y el grupo que penetró o, mejor dicho, entró –con permiso y todo- a las instalaciones del Fuerte Paramacay, igualmente lo hizo bien. Chávez estaría envidioso.
No soy experto en códigos militares. No sé qué puede tener más valor para un integrante de las Fuerzas Armadas o para la institución en general. Pero sí puedo imaginar el nivel de terror y arrechera que quedó tatuado en el cerebro de Tareck, Diosdado y Padrino… Una cosa es que sucumbas en el campo de batalla; que te masacren mientras estás luchando… otra, muy diferente, es que te desarmen, que te quiten el armamento y te dejen desnudo y la intemperie. Es decir: que te quiten la hombría y se burlen de ti frente a los tuyos; tal vez, para ellos, era más fácil esperar un golpe, un levantamiento… algo que se pudiera resolver con más violencia… pero, ¿una operación inteligente y concreta? Eso no estaba en los papeles. Y les lleva a la pregunta del millón: ¿y ahora qué? Y la respuesta no es sencilla, considerando que ahora tienen las armas. Y ya demostraron que no solo cuentan con inteligencia sino con al menos 45 pares de testículos.
La idea, el discurso ridículo que tantas veces ha repetido Padrino y su grupetín de generales ricachones, la rodilla en tierra, las Fuerzas Armadas chavistas, patria socialismo y whatever; fue sepultado la madrugada del 6A. La noción de “todos los militares son corruptos” también quedó por el suelo. Y esto último es una alerta definitiva para Maduro y los suyos.
¿Qué le queda a la dictadura si perdió al pueblo, el mundo y tal vez las armas?
El 6D es una estocada al chavismo que se ha ido aletargando, como un viejo obeso que se conforma con dar latigazos desde lo más alto de su castillo, ignorando –a propósito- el calor y color de la realidad. Y tanto Caguaripano como seguramente otros, lo saben y no me sorprendería en absoluto que el “por ahora”, finalmente esté a punto de convertirse en “lo logramos”.