Las regionales se ofrecen como parte de un proceso de selección artificial del liderazgo opositor, a juzgar por el papel y la importancia que van adquiriendo los llamados comodines. Digamos, luce como la continuidad de una práctica inscrita en los propios orígenes del régimen, no otra que la de promover, cuidar y afrontar a la dirigencia que más le convenga, desechando a la que más debe temerle por el arraigo, el temple y las habilidades políticas demostradas.
La idea consiste en exaltar al timador del pueblo, al pescador de oportunidades. Y, no faltaba más, pone a la orden de los interesados el mecanismo perverso de las inhabilitaciones, el costo cada vez más elevado de unas primarias inevitablemente dolarizadas y la artera descalificación de los que sabe enemigos o adversarios reales.
En determinada entidad federal se siente el ascenso de uno o dos nombres que puedan poner en peligro la hegemonía oficialista, funcionan los recursos clásicos de la inhabilitación administrativa, un importante aporte a la dinámica autoritaria del siglo XXI, o de la abierta criminalización del sujeto. Significa que la oposición debe tener unos nombres para cubrir la emergencia, pues, a alguien deberá postular, y, por lo general, concurren los dirigentes secundarios para prestar el nombre de muy buena fe al lado de otros demasiado maliciosos.
Puede ocurrir y ocurrirá que la poda del liderazgo real y primario será tal que esos circunstanciales y secundarios dirigentes del momento, en la pesca de arrastre de siempre, jugarán un papel estelar y, esto, a pesar de sus limitaciones y fragilidades políticas y hasta personales. Serán los que hagan la campaña y, salvo un lechazo, como decimos los venezolanos, que los convierta en ganadores y débiles gobernadores a la merced de Caracas, simplemente se posicionarán para futuros eventos.
De revisar nombres, quizá haya sorpresas, pues, esos secundarios pudiesen resultar todas unas estrellas que la burocracia partidista relegaba. Digamos, es el riesgo que corre el gobierno que sabe de aquello que dice: la peor diligencia es la que no se hace, a objeto de sobrevivir.
@SosolaGuido