Claro está, no son las únicas, pero en las actuales circunstancias, el liderazgo opositor debería acometer tres tareas que el futuro inmediato señala como insoslayables. La primera, articular un discurso que supere las incongruencias en las que incurre un día sí y el otro también. Por ejemplo, hasta ayer pedían a gritos la realización urgente de elecciones y, cuando desde el oficialismo se le pone fecha a tal acto, se denuncia la trampa que encierra el poco tiempo dispuesto al respecto. Se paran de la mesa de negociaciones ya que el anuncio de estas elecciones viola los «acuerdos» allí adelantados y, sin embargo, cual fiesta electoral que se celebraría en el país más democrático del mundo, inundan el espacio con un sinfín de candidaturas que, por cierto, conquistarán a muy pocos adeptos pues ya la gente está harta de escoger el mal menor. Vociferaron aquí y allá que la ANC es ilegítima, inconstitucional y todo lo que se les ocurrió para demeritarla y, sin solución de continuidad, lo que aquélla decide sobre la marcha lo aceptan sin chistar. Va siendo hora de que expliquen, eso sí convincentemente, sin manidas frasecitas hechas de antemano, por qué si era verosímil lo dicho ayer hoy debe aceptarse todo lo contrario. Vale la cuña: esta pregunta también se la está haciendo la comunidad internacional, a la cual persistentemente han corrido en busca de apoyo, pero que, cuando no coincide con lo que ustedes adelantan, obvian sus críticas olímpicamente.
La segunda, el rescate de la simbología victoriosa. Verbigracia, la tarjeta de la manito, como se le conoce popularmente. Hasta ahora, los más resonantes avances del sector opositor se alcanzaron bajo el cobijo de ese símbolo que sintetizó en su momento la nobleza y capacidad de estar por encima de cualesquiera intereses partidistas o personales, dado el caso que el rescate de la democracia y el verdadero espíritu nacional imponían el descarte de tales apetencias, aunque ellas fueran ciertamente válidas. La pregunta puede resultar retórica: ¿es que acaso al no defender el símbolo de la Unidad se aspira a capitalizar para un determinado bando el descontento que se palpa en la calle, de tal forma que tal o cual partido se erija en referente obligado y logre anular a los demás factores involucrados? En verdad, el país no puede arrendar esta ganancia porque, al final, es la ganancia de un grupo, no la del colectivo. Sin unidad, férreamente constituida, y además simbólicamente expresada, no habrá cambio de gobierno. Lo demás es cuento de camino.
La tercera, no es menos importante aunque se presente de última. Es obligatorio hablar del día de mañana. Más concretamente, del cómo hacer valer las victorias logradas para no repetir los fiascos en los que se ha incurrido persistentemente. A nada se estuvo a punto de triunfar en la última elección presidencial y el avance allí obtenido se diluyó al refugiarse en espacios insignificantes, como aquellos en los que cabe tal o cual gobernación. La abrumadora victoria obtenida en las elecciones parlamentarias de 2015, que bien pudo convertirse en estratégica si se hubiese asumido como lo que debió ser, el inicio real del cambio de estructuras que el país demandaba, terminó por ser gigantesco aspaviento. Demasiados de sus beneficiarios directos se contentaron con el triunfo personal y/o partidista obtenido y en consecuencia se desentendieron de la realidad de un país que terminó desbordándolos al hacer obvia su banalidad, incompetencia e indolencia. Irresponsablemente no entendieron, ni terminan de hacerlo, que la lucha actual es por la democracia y no transcurre en democracia. Anacrónicos y descentrados sin más. Así las cosas, es perentorio aclarar cómo se administrará una hipotética victoria en la venidera e inminente elección presidencial.
A cambio de narrativa llaman. Es urgente. Venga un cuento que pueda creerse. De lo contrario, no hay convencimiento y eso se traduce en que no habrá movilización.
Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3