¿Qué ocurriría si un día o una noche un demonio se deslizara furtivamente en la más solitaria de tus soledades y te dijese: “Esta vida, tal y como tú ahora la vives y como la has vivido, deberás vivirla aún otra vez e innumerables veces, y no habrá en ella nada nuevo; sino que cada dolor y cada placer, y cada pensamiento, y cada suspiro, y cada cosa indeciblemente pequeña y grande de tu vida deberá retornar a ti, y todas en la misma secuencia y sucesión: y así también esta araña y esta luz de luna entre las ramas, y así también este instante y yo mismo. ¡El eterno reloj de arena de la existencia se invierte siempre de nuevo y tú con ella, granito de polvo!?”. Así describió Friedrich Nietzsche la terrible sensación de experimentar que somos parte inerme de una repetición perpetua de la misma trayectoria, en nuestro caso, una caída libre hacia el abismo donde las mismas circunstancias nos conducen a las mismas discusiones, a la práctica de los mismos errores, con los mismos resultados, desoladores y desgastantes. Llevamos veinte años recorriendo la misma senda que nos conduce a la misma trama de perdición. ¿Podemos salir de este circuito que nos saca de la nada y nos conduce hacia la nada? No saldremos nunca si nosotros insistimos en el mismo guión, los mismos libretistas, y variaciones sobre el mismo tema.
El contexto de lo que hoy somos.
Desde el 19 de abril del 2013 vivimos la etapa del perfeccionamiento totalitario. Las elecciones de diciembre del 2015 fueron el último resquicio que permitió el régimen para que se colara el pluralismo dentro de un esquema autoritario. Esas elecciones fueron las últimas “medianamente imparciales”. Entonces ocurrió lo que debía ocurrir. Así como desfondaron la Alcaldía Metropolitana hasta hacerla una instancia irrelevante, en esta ocasión, montaron la farsa del desacato, se valieron de la necesidad perpetua de gobernar por decreto y excepción invocando la supuesta “guerra económica”, desmontaron la mayoría calificada invalidando a los diputados indígenas, la minoría parlamentaria del partido de gobierno dejó de asistir definitivamente a las sesiones, retuvieron el presupuesto y desafiaron todas las atribuciones de la Asamblea Nacional: no puede legislar, no puede investigar, y ahora, en estos tiempos constituyentes, tampoco puede usar con plenitud los espacios del Palacio Federal Legislativo. ¿No lo vivimos antes con el Distrito Metropolitano?
Entre diciembre de 2015 y enero del 2018 han ocurrido una serie de eventos que han cambiado la esencia de la realidad política nacional. Pero todo se ha planteado dentro de una vieja y conocida trayectoria: La ruta hacia el totalitarismo. Es una necedad insólita aludir a las elecciones parlamentarias, invocando que como esas se ganaron, podemos volver a ganar. El tablero es otro, aunque a algunos le parezca el mismo. Veamos que ha ocurrido: negaron el derecho constitucional a realizar el referendo revocatorio presidencial, lo hicieron mediante triquiñuelas judiciales y el uso despótico del ventajismo. Pero para guardar las apariencias llamaron a una mesa de diálogo que solo sirvió para que ellos ganaran tiempo y afianzaran su reconocimiento; reprimieron con crueldad desbordada el desafío ciudadano planteado en las calles del país, llenaron las cárceles de nuevos presos políticos, se contaron por cientos los jóvenes masacrados, y en medio de la conmoción social, llamaron a elegir una asamblea constituyente bajo unos criterios de elección no democráticos. Pese a la protesta y las advertencias de desconocimiento internacional, igual cometieron fraude y se hicieron de una supuesta asamblea constituyente donde solamente ellos están representados. Pero para guardar las apariencias, de nuevo llamaron a una mesa de diálogo que solo sirvió para que ellos ganaran tiempo y afianzaran su reconocimiento. ¿Se dan cuenta de la ruinosa circularidad? Pero sigamos. Ellos asumieron por esta vía una condición supraconstitucional, derrocaron definitivamente a la constitución, eso sí, con los debidos honores a quien en su momento la impuso, y todos ellos practicaron la parodia de someterse y subordinarse a esa estafa, haciendo ver que todos, los que creían en ella y los que se oponían, debían pasar por el trance de hincarse ante ella y rendirle obediencia. La fraudulenta constituyente nunca se ha detenido en su propósito de demoler cualquier institucionalidad. Ya los distritos metropolitanos fueron “inconstitucionalmente liquidados”, y estoy seguro de que el texto completo de una nueva constitución comunista está esperando la orden para ir a las imprentas. Que no lo sepamos no significa que ellos no lo estén haciendo. Lo realmente trágico es que nosotros no soñemos esa realidad sino otra más condescendiente. Pero sigamos.
Con la rapidez propia de una trampa previamente convenida celebraron elecciones de gobernadores, aprovechando el desconcierto y la falta de congruencia que reinaba en los flancos de la oposición, que se debatía en cálculos chiquitos y quien sabe qué subterfugio subyacente. El resultado no podía ser otro, porque ellos creen indebidamente que tienen la voluntad ciudadana en un bolsillo y, por lo tanto, son ellos refractarios a los efectos de sus propias inconsistencias. No es así, la política convertida en un espectáculo da para aplausos o rechiflas. Los esfuerzos de validación de los partidos, siguiendo el guión impuesto por el totalitarismo imperante, son una dramática demostración de la desconexión fatal con el humor de los ciudadanos. Nadie puede negar que ese trámite no ha sido recibido con entusiasmo, ni siquiera con una mínima conmiseración ciudadana.
El régimen demostró falta absoluta de contrición. Para ellos está absolutamente claro que pasaron hace tiempo la línea de no retorno. En el camino descontarán todo lo que puedan, jugarán al olvido, intentarán que el país pase la página, pero lo cierto es que la trampa asumida para hacer el fraude constituyente fue incluso perfeccionada en los siguientes comicios. Los que participaron y convalidaron ese proceso, al valorar los resultados obtenidos, gritaron trampa, anunciando de esta forma que no pensaban asistir a ninguna otra elección mientras no se garantizaran condiciones apropiadas. Poco tiempo duró el compromiso. De nuevo inmersos en la condenación del eterno retorno, parecen buscar afanosamente una mínima razón para colgarse de nuevo de esa ficción de esperanza, que no es tal, sino una nueva condenación abominable que nos agota en términos de legitimidad y fortaleza moral.
El régimen, sin importarle la queja, de inmediato convocó a elecciones de alcaldes, donde hizo caída y mesa limpia, porque con un sistema pleno de ventajismo, cooptación del voto y fraude, estaba claro que no había nada qué hacer. Pero mientras tanto, dejaban colar que por allí venían las presidenciales, que había que negociar las condiciones, y, por lo tanto, había que dialogar. Lo demás es historia reciente. La cruda realidad es que el régimen pretende convocar un nuevo simulacro electoral, donde la oposición está tasajeada: la tarjeta de la unidad invalidada. Los principales líderes de los partidos se encuentran inhabilitados. Y los lapsos son inminentes. El manejo de los tiempos sigue siendo perturbador y desafiante. Pero algunos todavía lo piensan. Otros, piden al ciudadano una nueva oportunidad, porque esta vez sí, eso sí, todos unidos. Una nueva corriente se suma, presentando como remedio un outsider, capaz de vencer todos los obstáculos. Ninguna de estas opciones se pasea por lo fundamental: la unidad no hace milagros. El candidato tampoco hace milagros. El problema es otro. J.J. Rendon habla, y con razón, de un golpe de estado continuado, que no cesa en perfeccionar la iniquidad, que se vale incluso del colapso económico, que busca la servidumbre total, que pretende gobernar sobre nuestra absoluta y total ruina, y que por supuesto, digo yo que agradece la gratuita ayuda de los que predican el colaboracionismo y practican la más oprobiosa ingenuidad.
Lo cierto es que mientras el régimen preparaba los aprestos para organizar el mega fraude presidencial, una parte de la oposición, la dialogante, perdía tiempo, reputación y base social en un diálogo insensato que agoniza irremisiblemente, pero que no quieren dejar morir; el comportamiento de esa dirigencia es semejante al de las vírgenes necias de la parábola narrada en Mateo 25. Lo trágico es que debamos repetir la historia hasta la nausea porque vivimos la trágica conmoción de la desmemoria, similar a la que respalda la adicción del jugador, que sin importarle haberlo perdido todo, sigue jugando hasta quedar totalmente arruinado. Al parecer ni recuerda las causas, ni le parece conveniente asumir las consecuencias.
Pero hay algo más. Esa oposición ha envilecido el razonar político de los ciudadanos que se encuentran entrampados en falsos dilemas. La propaganda mordaz que exige propuestas a los que con razón observan y difieren del curso de acción, y la propagación viral de falsos dilemas, los ha desprovisto de cualquier imaginación estratégica. De tanto repetirlo, los dialogantes trastocados en electoralistas irredentos, no pueden concebir otra alternativa que una alucinación violenta. Insisto, se han quebrado moralmente hasta el punto de estar inhabilitados para conducir al país con coraje moral y decisión de vencer. Ellos no creen en una posibilidad diferente a la capitulación.
¿Cuántas veces hemos repetido como protagonistas y víctimas la misma confabulación? El régimen usa la represión y los procesos de diálogo como las dos caras de una misma moneda, que se revalúa con el uso estratégico del tiempo. El régimen usa el tiempo a su favor, no porque le sobre o le falte, sino porque tiene estrategia y disciplina. Es capaz de descontar y amortizar sus peores desempeños. Ha aprendido la gramática de la crueldad y la usa con desparpajo. Es un experto en colocar el foco donde mejor se distraen sus adversarios. Sabe que está cercado por una mala economía y por el absoluto descrédito internacional, pero intenta dar la pelea, eso sí, cada vez en un contexto más deteriorado, que sin embargo sus supuestos adversarios decidieron no aprovechar. Se mueve dentro de los parámetros de la “realpolitik” y el más impúdico pragmatismo, mientras persuade a sus adversarios a que hagan lo contrario, que se ahoguen en las aguas supuestamente principistas de la corrección política. Estamos dirigidos por un remedo degradado de las vírgenes vestales, dedicadas en exclusiva a mantener encendidas las oportunidades de la tiranía. La oposición dialogante se lleva todas las medallas al “mérito testimonialista”, en ese sentido provocan una lástima patética, mientras el régimen sigue al frente del país, cómodamente instalado, plegado a su cronograma, imbatible y colaborado por una oposición que asume como propia la agenda del contrario. ¿Cuántas veces hemos vivido y relatado esta historia? O nosotros salimos de esta inercia del eterno retorno, o estamos condenados a muchos años más de oscuridad totalitaria.
En tanto, la oposición dialogante debate falsos dilemas, discute sobre el sexo de los ángeles y la gastritis de Platón, se niega a ser consistente, no termina de ser absolutamente clara en la solicitud de respaldo internacional, se solaza en plantear falacias y reducciones al absurdo, uno más inicuo que el anterior, y se ha reducido hasta ser un acuerdo precario entre cuatro partidos y una ficción de sociedad civil que les endosa todas sus posiciones y avances, sin permitir debate alguno, y mucho peor, sin tener la capacidad y la serenidad para pensar la realidad sin clausulas condicionales y sin maquillar hasta hacer irreconocible el feroz talante del régimen, porque ¿quién se sienta a dialogar con un régimen totalitario pensando que “así como así” va a comportarse democráticamente? ¡Solo un ingenuo incorregible! ¿Quién puede sentirse cómodo dialogando con la presidenta de un fraude constituyente sin sentir al menos el peso moral de vivir en flagrante contradicción? ¡Solo un cínico! ¿Quién puede sentirse dueño de sus actos cuando la realidad es que tiene un grillete en el pie o una amenaza que puede ser transformada en atroz realidad en cualquier momento? ¡Solo un insensato! La verdad es que no solo se han envilecido las opciones políticas, sino que se ha imposibilitado el análisis juicioso y sereno de las salidas.
La pregunta es entonces cómo hacemos para evitar el eterno retorno al abismo. ¿Cómo hacemos para que el régimen no tenga capacidad de soñarnos siervos y vencidos? Alguna vez J.J. Rendón respondió una pregunta similar. Recuerdo los puntos centrales de su discurso. Hay que comenzar por evitar el desconcierto y la estampida que provoca el miedo y esa condición de desolación que antecede a la derrota. Cualquier propuesta política es derrotable, pero eso nunca es el resultado de la improvisación y el diletantismo. Cualquier alternativa es susceptible de ser impuesta en su sustitución, pero no estamos hablando en términos de buenas voluntades o buenos deseos. Es una mezcla de experiencia, inteligencia, coraje, persistencia y confianza en las propias capacidades que acompañan al uso de recursos inéditos que son producto de la innovación constante. Hay que retomar la iniciativa y sorprender con una agenda de lucha que impacte la supuesta solidez del régimen. Tener estrategia y capacidad para instrumentarla es un componente imprescindible. La política es un campo de batalla donde todos los días se están probando nuevos recursos y nuevos mecanismos de convicción y de persuasión. ¿Por qué anclarnos en los que ya lucen desgastados y demasiado vistos?
También hay que estar conscientes de que el adversario puede tener recursos similares a la mano, y que no va a temblarle el pulso a la hora de utilizarlos. El peor error es menospreciar al régimen, peor aún que creerle sus vanas ofertas. Cada vez que se cae en una de sus trampas el adversario sale más debilitado y desacreditado. Esa pelea constante que busca el debilitamiento progresivo es implacable en sus resultados. La perplejidad y la desbandada dirigencial forma parte del decorado que necesita el chavismo para mantenerse en el poder. Eso es de manera precisa lo que hay que combatir, porque esa es esencialmente su fortaleza, y ganará finalmente cuando la sociedad democrática lo de todo por perdido y se vaya a otra parte. La crisis política es una crisis de confianza en nuestras propias capacidades para contrarrestar la barbarie. Ya son mas de 4 millones de venezolanos que con su partida lo han dicho todo al respecto.
El desconcierto no se puede resolver con mayor anarquía. Hay que reenfocar la situación y permitir otras miradas. A veces resulta inconveniente estar tan comprometido e involucrado en procesos complejos. Se pierde visual y se reniega de las críticas. J.J. Rendon siempre advierte contra la confusión. “No podemos dejarnos arrebatar por otro tipo de distancias psicológicas que nos impidan valorar apropiadamente los procesos, dirimir donde está la verdad y donde las mentiras, y por lo tanto estimar adecuadamente nuestras propias posibilidades. El éxito se va a obtener cuando se construya una unidad de propósitos y una visión del país que permita instrumentar una estrategia contundente. Hacen falta recursos y mayor disciplina. Con el bochinche que nos caracteriza no vamos a ningún lado. Orden y concierto debería ser nuestro lema”. Vale aclarar que una unidad de propósitos no es un contubernio electoral, ni una tarjeta unitaria. Es algo más, y supone un compromiso sobre el mismo designio y el tipo de medios que se van a intentar para lograrlo. El bochinche es nuestro principal adversario. El otro gran enemigo es el familismo amoral que nos transforma en cómplices de nuestros propios fracasos. Aquí persiste un error fatal: la obligación moral de aplaudir al error y al fracaso, porque la solidaridad supuesta y la falsa decencia obligan más que el compromiso con la realidad. Pero un error es un error, y un fracaso es un fracaso, y de nada sirve el atenuante misericordioso y cómplice de los que ratifican a los que nos han llevado de traspié en traspié hasta el abismo en el que todos estamos hoy.
Nos hace falta otra estrategia y otros estrategas. Nos hace muchísima falta incorporar ese otro discurso, el que califican de radical y ahora de “energúmeno”, pero que no ha dejado de tener razón ni una sola vez. Los que nos han mantenido dentro de los flancos del eterno retorno son una dirigencia que luce desgastada, necesita renovación y mucha más capacidad para incorporar a los diversos que piensan diferente. El país no puede seguir en manos de dos secuestradores que se turnan. El país no puede depender del cálculo infinitesimal de unos políticos que cazan güiro y que pretenden sacar ganancias de todo este desconcierto. ¿Nos va mejor con esas gobernaciones genuflexas? ¿Están mejor los municipios en manos de esos líderes que por mampuesto colocaron algunos partidos? ¿De qué espacios hablamos?
El compromiso de un nuevo enfoque unitario es más denso. El país necesita verse reflejado en sus angustias, en la forma como narra sus vivencias, en cómo construye sus héroes y cómo llora sus mártires. Pero, sobre todo requiere verse reflejado en una dirigencia más representativa y de la que se sientan todos más orgullosos. No será posible ninguna unidad sin esa convicción de estar bien comandados. Y más realista en el esfuerzo que hay que hacer y los riesgos que hay que correr. La dramática reducción al absurdo en la que nos han colocado siempre termina en la provocación que pregunta “y tú que propones, porque nosotros no tenemos armas sino votos”. El país está enfermo de simplismos. Una política exitosa no necesita otra arma que el coraje y la imaginación estratégica. Necesitamos con urgencia salir de estas ruinas circulares en las que el régimen nos ha expropiado incluso el poder soñar nosotros mismos nuestro propio destino. El llamado es a no resignarnos. La invocación es a no rendirnos. No te rindas, aunque te parezca que la firme trama es de incesante hierro, porque la política se trata de buscar en algún recodo eso que proponía Borges en uno de sus poemas, intentar hallar un descuido, esa hendidura, que le quita la fatalidad al camino y que se aprovecha de las grietas, donde esta Dios, que acecha.