El ofrecer pública e impúdicamente coimas a quienes voten este 20 de mayo con el degradante carnet de la patria, es un exabrupto político que por burdo y torpe no es tan fácil de dilucidar. Se trata de un soborno colectivo que, en la enquistada pobreza que asuela al país, desborda cinismo y crueldad. O bien el Golem gobernante hace gala de su innata ineptitud, o a conciencia se deleita en burlarse ante la comunidad internacional de la denunciada ilegitimidad del evento. Tan basto el gesto, que nos evoca aquel rupestre mandón latinoamericano de comienzos del SXX, personificado en El tirano Banderas, la precursora novela de dictadores de Ramón Valle Inclán (1926), quien, de haber convocado a elecciones, seguramente habría cometido un desafuero semejante.
Este régimen supera por inhumano y vesánico los despropósitos del comunismo clásico del siglo XX. Su obstinada negación de la espantosa crisis humanitaria; el ignorar con desparpajo la diáspora masiva y desesperada, que ha aventado a venezolanos a todos los rincones del planeta, incluyendo hasta el inimaginable destino de Siria; la ostensible multiplicación de niños de la calle; las excusas y mentiras ante el tormento colectivo por pésimos servicios públicos, y tantas otras calamidades, conforman un cuadro de infortunio, inédito en el país y en el propio continente. Una de las causas que lo explicarían es la influencia de asesores cubanos, inclementes ante las aflicciones de quienes no son sus conciudadanos.
En su pretensión de prolongarse en el poder, el responsable mayor de la tragedia colectiva del país en los últimos años, hace la promesa demencial de ahora sí construir una Venezuela próspera, pero sin cambiarle una línea a su modelo y contando con los mismos asesores. De vivir hoy, Valle Inclán tendría en quien inspirarse para escribir una nueva novela de dictadores, en la cual seguramente exaltaría lo mediocre, soez y brutal del protagonista.